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Alguien dijo una vez que las siete últimas palabras de una iglesia son: “¡Eso nunca lo hicimos de esa manera!” Hay cierta verdad en ello. Una iglesia que no es flexible está destinada a fracasar. Es triste que algunos cristianos piensen que es una virtud ser inflexible. Llevan su obstinación como si fuera una medalla de honor.

La rigidez sin sentido era una característica de los fariseos. En Mateo 15 leemos que algunos fariseos y escribas se acercaron a Jesús y le preguntaron: “¿Por qué tus discípulos quebrantan la tradición de los ancianos? Porque no se lavan las manos cuando comen pan” (v. 2.). Se referían a que los discípulos no se lavaban las manos. Jesús les respondió:

“¿Por qué también vosotros quebrantáis el mandamiento de Dios por vuestra tradición?” (v. 3). A algunas iglesias se las ve obsesionadas con la tradición. Ven un mandamiento en la Biblia y dicen: “No podemos hacer esto; debemos mantener la tradición”.

Las personas a menudo me piden que les envíe un organigrama de nuestra iglesia con el fin de saber cómo nos organizamos. Sin embargo, esos documentos no son muy útiles en nuestra iglesia porque las cosas están siempre cambiando. Dios siempre está trabajando por medio de diferentes miembros que en distintos momentos son fuertes, débiles, muy dedicados o menos dedicados. Creyente nuevos se incorporan siempre a la iglesia, y Dios obra a través de ellos. Este cambio constante es maravilloso porque nos evita de caer en rutinas que oscurecen las pautas establecidas en la Palabra de Dios. No queremos que la tradición se interponga en nuestro camino si aprendemos algo nuevo acerca de lo que Dios quiere que hagamos.

Una vez fuimos a visitar a un familiar en Navidad.
> John – nos preguntó - ¿tienen ustedes un culto en la iglesia en el día de Nochebuena?
> No, no lo tenemos – le respondí - . Animamos a los hermanos a que se queden en casa con la familia y hablen juntos acerca del significado de la Navidad y del nacimiento de Cristo.
> Eso no es bueno – contestó ella -. En nuestra iglesia siempre hemos tenido el culto de la víspera de Navidad.
> ¿Van ustedes a ese culto? – le pregunté.
> No – me respondió -, pero nosotros siempre hemos tenido un culto en el día de Nochebuena.
¡Evidentemente somos criaturas de hábitos!

Doy gracias a Dios que en nuestra iglesia tenemos la tendencia a ser flexibles. Cuando empecé a pastorear, la congregación y yo estudiábamos juntos la Palabra de Dios y nos dimos cuenta de que teníamos que cambiar ciertas cosas si es que queríamos estar en armonía con la voluntad de Dios. Esa actitud continúa prevaleciendo. A veces enviamos a nuestros pastores jóvenes a otras iglesias a ministrar, y ellos vuelven diciendo: “he tratado de derribar el muro de la tradición en esa iglesia, pero no estoy seguro si los creyentes allí quieren de verdad cambiar”.

Necesitamos ser también flexibles en nuestras vidas personales. Cuando Pablo terminó su ministerio en Galacia y Frigia (provincias ubicadas en lo que hoy conocemos como Turquía), él quería dirigirse al sur, hacia Asia (las siete iglesias de Asia menor se encontraban allí). Empezó a encaminarse en esa dirección, pero el Espíritu Santo le paró (Hch. 16:6). Eso no le privó a Pablo de ministrar en otros lugares. Dijo a sus compañeros de viaje: “Ya hemos ido al este y ahora no podemos ir al sur, vayamos, pues, al norte a Bitinia. “Pero el Espíritu no se lo permitió” (v. 7). La única dirección en la que podía ir era hacia el oeste, y el océano se encontraba en esa dirección. No sabiendo qué hacer, probablemente Pablo oró a Dios acerca de hacia dónde debían dirigirse. Cuando Pablo y sus compañeros estaban durmiendo, Pablo tuvo una visión. Se le apareció en sueños un varón macedonio que le dijo: “pasa a Macedonia y ayúdanos” (v. 9). De modo que Pablo se encaminó a Macedonia y de esa manera empezó a extender el evangelio más allá del Cercano Oriente a todo el resto del mundo conocido. Pablo fue flexible acerca del lugar a donde tenía que ir.

Hace algún tiempo, uno de los ancianos de la Grace Community Church, un judío cristiano, tuvo el fuerte deseo de alcanzar a los judíos para Cristo. Debido a que habla bien el francés, su deseo era ira París y comunicar el evangelio de Cristo a los muchos judíos que viven allí. Se involucró con la Unión Cristiana Bíblica, un grupo misionero que sirve en Francia. Ellos le ayudaron en su preparación y entrenamiento. Pero cuando estaba listo para que Dios le usara, el Señor le envió a Montreal, Canadá. Allí residen muchos judíos de habla francesa, así como los hay en París. Dios tenía un lugar diferente en mente, y el misionero fue flexible.

La iglesia tiene que ser flexible también. Tiene que ser capaz de decir: “Señor, dependemos de ti para que nos dirijas, y estamos dispuestos a ir a donde tú nos lleves”.

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