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¿Jesús realmente dijo ser Dios encarnado? O, como los escépticos argumentan, Sus seguidores después inventaron esas afirmaciones y las atribuyeron a Él? Afortunadamente, el relato bíblico de Su vida y ministerio no deja ninguna duda acerca de quién Jesús declaró ser.

Jesús habló con frecuencia de Su origen único y extraterrenal, de haber preexistido en el cielo antes de venir al mundo. A los judíos hostiles les dijo: “Vosotros sois de abajo, Yo soy de arriba; vosotros sois de este mundo, Yo no soy de este mundo” (8:23). Les preguntó: “¿Pues qué, si viereis al Hijo del Hombre subir adonde estaba primero?” (6:62). En Su oración sacerdotal habló de la gloria que tenía con el Padre antes de la existencia del mundo (17:5). En Juan 16:28 dijo a Sus discípulos: “Salí del Padre, y he venido al mundo; otra vez dejo el mundo, y voy al Padre”. Es así que Juan describe a Jesús en el prólogo de su Evangelio con estas palabras: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios.” (Juan 1:1).

Jesús asumió las prerrogativas de la deidad. Afirmó tener control sobre los destinos eternos de las personas (8:24; cp. Lc. 12:8-9; Jn. 5:22, 27-29); autoridad sobre la institución del día de reposo, cuyo orden es divino (Mt. 12:8; Mr. 2:28; Lc. 6:5); poder para responder las oraciones (Jn. 14:13-14; cp. Hch. 7:59; 9:10-17); y el derecho de recibir la adoración, fe y obediencia que solo le corresponde a

Dios (Mt. 21:16; Jn. 14:1; cp. Jn. 5:23). También asumió el derecho de perdonar los pecados (Mr. 2:5-11), algo que solo Dios podía hacer, como lo entendieron correctamente Sus oponentes anonadados (v. 7).

Además, Jesús llamó a los ángeles de Dios (Gn. 28:12; Lc. 12:8-9; 15:10; Jn. 1:51) Sus ángeles (Mt. 13:41; 24:30-31), a los elegidos de Dios (Lc. 18:7; Ro. 8:33) Sus elegidos (Mt. 24:30-31) y al reino de Dios (Mt. 12:28; 19:24; 21:31; Mr. 1:15; Lc. 4:43; Jn. 3:3) Su reino (Mt. 13:41; 16:28; cp. Lc. 1:33; 2 Ti. 4:1).

Cuando la mujer samaritana le dijo: “Sé que ha de venir el Mesías, llamado el Cristo; cuando Él venga nos declarará todas las cosas” (4:25), Jesús le respondió: “Yo soy, el que habla contigo” (4:26). En Su oración sacerdotal al Padre se refirió a sí mismo como “Jesucristo, a quien has enviado” (17:3); “Cristo” es el equivalente griego de la voz hebrea que traduce “Mesías”. Cuando el sumo sacerdote le preguntó en Su juicio si era el Cristo, el Hijo del Bendito (Mr. 14:61), Jesús simplemente le respondió: “Yo soy” (v. 62). También aceptó sin correcciones o precisiones los testimonios de Pedro (Mt. 16:16-17), Marta (Jn. 11:27) y otras personas (p. ej., Mt. 9:27; 20:30-31) que lo catalogaban como Mesías. Él era aquel de quien Isaías había profetizado: “se llamará Su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz” (Isaías 9:6).

La descripción favorita del Señor era “Hijo del Hombre” (cp. Mt. 8:20; Mr. 2:28; Lc. 6:22; Jn. 9:35-37, etc.). Aunque el título parece enfatizar Su humanidad, también habla de Su deidad. El uso del término por parte de Jesús se deriva de Daniel 7:13-14, donde el Hijo del Hombre aparece de igual a igual con Dios Padre, el Anciano de días.

Los judíos se veían a sí mismos colectivamente como hijos de Dios por creación. Sin embargo, Jesús afirmó ser el Hijo de Dios por naturaleza. Dijo: “Todas las cosas me fueron entregadas por Mi Padre; y nadie conoce al Hijo, sino el Padre, ni al Padre conoce alguno, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar” (Mt. 11:27). En Juan 5:25-26 dijo: “De cierto, de cierto os digo: Viene la hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oyeren vivirán. Porque como el Padre tiene vida en sí mismo, así también ha dado al Hijo el tener vida en sí mismo”. Después de oír que Lázaro estaba enfermo, dijo a Sus discípulos: “Esta enfermedad no es para muerte, sino para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella” (11:4). Cuando en Su juicio le preguntaron si era el Hijo de Dios, Jesús respondió: “Vosotros decís que lo soy” (Lc. 22:70; cp. Mr. 14:61-62). En lugar de rechazar el título, el Señor lo aceptó sin apología o vergüenza (Mt. 4:3, 6; 8:29; Mr. 3:11-12; Lc. 4:41; Jn. 1:49-50; 11:27).

Las autoridades hostiles judías entendían claramente que el uso del título Hijo de Dios era una afirmación de deidad. De otra forma, no lo habrían acusado de blasfemia (cp. 10:36). De hecho, fue esta blasfemia la que llevó a los judíos a exigir Su muerte: “Los judíos le respondieron [a Pilatos]: Nosotros tenemos una ley, y según nuestra ley debe morir, porque se hizo a sí mismo Hijo de Dios” (19:7). Incluso cuando estuvo en la cruz, algunos se burlaban de Él y decían despectivamente: “Confió en Dios; líbrele ahora si le quiere; porque ha dicho: Soy Hijo de Dios” (Mt. 27:43).

Jesús airó aún más a los judíos incrédulos asumiendo para sí el nombre de Dios en el pacto: “Yo soy” (Yahveh). El nombre era tan sagrado que los judíos ni siquiera lo pronunciaban para evitar usarlo en vano y sufrir el juicio (cp. Éx. 20:7). En Juan 8:24, Jesús advirtió que quienes se negaran a creer que Él es Jehová perecerán eternamente: “Por eso os dije que moriréis en vuestros pecados; porque si no creéis que Yo soy, en vuestros pecados moriréis”. Más adelante, en el mismo capítulo: “Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: Antes que Abraham fuese, Yo soy” (v. 58). A diferencia de quienes hoy niegan la deidad de Jesús, los judíos sabían exactamente lo que Él afirmaba, como lo deja claro el intento de lapidarlo por Su blasfemia (v. 59). En Juan 13:19, Jesús les dijo a Sus discípulos que cuando pasara lo que Él predijo, ellos creerían que Él era Jehová. Aun Sus enemigos, al momento de arrestarlo en Getsemaní, estaban abrumados por Su poder divino y cayeron al suelo cuando Jesús dijo “Yo soy” (18:5-8).

Todas las líneas de evidencia esgrimidas convergen a un punto ineludible: Jesucristo afirmó igualdad absoluta con Dios. Él podía decir: “Yo y el Padre uno somos” (10:30), “el que me ve, ve al que me envió” (12:45) y “el que me ha visto a Mí, ha visto al Padre” (14:9-10). Y así podemos concluir que:”en Él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad” (Col. 2:9) y podemos adorarle tal como “nuestro gran Dios y Salvador, Jesucristo” (Tito2:13).

Adaptado del comentario de John MacArthur del Evangelio de Juan (Moody, 2006).

Disponible sobre el Internet en: www.gracia.org  
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