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El problema más serio que estos versículos poseen es la cuestión de lo que significa Santiago 2:24: “Vosotros veis, pues, que el hombre es justificado por las obras, y no solamente por la fe”. Algunos se imaginan que contradice a Pablo en Romanos 3:28: “Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley”. John Calvin explica esta obvia dificultad:

Parece cierto que Santiago está hablando sobre la manifestación, no la imputación de la justicia, como si él hubiera dicho, aquellos quienes son justificados por fe prueban su justificación por la obediencia y buenas obras, no por una semblanza desnuda e imaginaria de la fe. En una palabra, él no está discutiendo el modo de la justificación, pero requiriendo que la justificación de todos los creyentes esté vigente.

Y así como Pablo sostiene que los hombres son justificados sin la ayuda de las obras, así Santiago no permite que nadie se reconozca como justificado si no muestra buenas obras… Deje que ellos tuerzan las palabras de Santiago como quieran, nunca extraerán más de dos proposiciones: Que una fe fantasma no se justifica, y que el creyente, no contento con tal imaginación, manifiesta su justificación por sus buenas obras [Henry Beveridge, trans., John Calvin, Institutes of the Christian Religion 3:17:12 (Institutos de la religión Cristiana) (Grand Rapids: Eerdmans, 1966 reprint), 2:115.].

Santiago no está en contradicción con Pablo. “No son antagonistas enfrentándose con espadas cruzadas; ellos están parados espalda con espalda, confrontando diferentes enemigos del evangelio” [Alexander Ross, “The Epistle of James and John, The New International Commentary on the New Testament” (“La epístola de Santiago y Juan, El nuevo comentario internacional del Nuevo Testamento”) (Grand Rapids: Eerdmans, 1954), 53]. En 1:17-18, Santiago afirma que la salvación es un regalo acuerdo con la soberanía de Dios. Ahora está estresado por la importancia del fruto de la fe – el comportamiento justo que siempre produce la fe genuina. Pablo, también, vio obras justas como una prueba necesaria de la fe.

Aquellos quienes imaginan que hay una discrepancia entre Santiago y Pablo, no se han dado cuanta que fue Pablo el que escribió, “¿Pecaremos, porque no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia? En ninguna manera” (Ro. 6:15); y “libertados del pecado, vinisteis a ser siervos de la justicia” (v. 18). Entonces Pablo condena el mismo error que expone Santiago. Pablo nunca defiende un concepto de una fe inactiva.

Cuando Pablo escribe, “por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de él” (Rom. 3:20), él está combatiendo un legalismo judío que insiste en la necesidad de las obras para ser justificado; Santiago insiste en la necesidad de las obras en las vidas de aquellos quienes han sido justificados por la fe. Pablo insiste que ningún hombre puede ganarse la justificación a través de sus propios esfuerzos… Santiago demanda que el hombre quien clama tener una buena relación con Dios por medio de la fe debe, a través de una vida de buenas obras, demostrar que él es una nueva creatura en Cristo.

Con esto Pablo estuvo de acuerdo completamente. Pablo estuvo exponiendo las “obras” que excluían y destruían la fe salvadora; Santiago estimuló una fe perezosa que minimiza los resultados de la fe salvadora en la vida diaria [D. Edmond Hiebert, The Epistle of James (La epístola de Santiago) (Chicago: Moody, 1979), 175.].

Santiago y Pablo ambos hicieron eco de la predicación de Jesús. El énfasis de Pablo es un eco de Mateo 5:3: “Bienaventurados los pobres en espíritu, pues de ellos es el reino de los cielos”. La enseñanza de Santiago tiene el sonido de Mateo 7:21: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos”. Pablo representa el principio del Sermón del monte; y Santiago el fin. Pablo declara que somos salvos por fe sin obras de la ley. Santiago declara que somos salvos por fe, que se demuestra en las obras. Ambos Santiago y Pablo ven las buenas obras como prueba de fe – no el camino a la salvación. Santiago no puede ser más explícito. Él está confrontando el concepto de una “fe” pasiva y falsa, que es falta de fruto de la salvación. No está argumentando por las obras en adición o aparte de la fe. Muestra por qué y cómo la fe verdadera y viviente siempre obra. Pelea en contra de la ortodoxia muerta y su tendencia de abusar de la gracia.

El error que Santiago ataca es la fe sin obras, justificación sin santificación; salvación sin vida nueva.

De nuevo, Santiago hace eco del Maestro mismo, quien insistió en la teología del señorío que incluye la obediencia, no servicio de labios. Jesús reprendió a los desobedientes quienes se habían unido con Él de nombre solamente: “¿Por qué me llamáis: Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?” (Lucas 6:46). Lealtad verbal, Él dijo, no llevará a nadie al cielo: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mateo 7:21).

Eso está en perfecta harmonía con Santiago: “Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos” (1:22); pues “la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma” (2:17).

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