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Quiero examinar Mateo 7:21-23 y hablar de «Cómo jugar a la iglesia», o de cómo la iglesia falsa se incorpora dentro de la iglesia verdadera: «No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de Mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en Tu Nombre, y en Tu Nombre echamos fuera demonios, y en Tu Nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de Mí, hacedores de maldad».

Mateo 13 nos dice que el período de la iglesia va a ser insólito. En Mateo 12:22-31 los fariseos y aquellos relacionados con ellos habían cometido el pecado imperdonable de atribuir las obras de Cristo a Satanás. Jesús dijo que les perdonaría cualquier pecado, pero no este. En otras palabras, era como si les estuviera diciendo: «Si han visto todo lo que he hecho, si han visto todos los milagros y han oído todo lo que he dicho y todo lo que pueden concluir es que los hice por el poder de Satanás, ustedes están fuera de la posibilidad de creer. Si han recibido toda esta revelación y no la han aceptado, no hay nada más que puedan tener. Seguirme, verme, observarme, escucharme y concluir que es satánico, los excluye de la posibilidad de creer».

La era de la iglesia es el tema de Mateo 13. Habiendo apartado a Israel por su incredulidad, Cristo comienza a establecer parábolas que describen la naturaleza única del período de la iglesia. Él dice que en la era de la iglesia habrá trigo y cizaña, los cuales son los creyentes verdaderos y los falsos. Ellos serán tan difíciles de diferenciar que usted no será capaz de escoger, hasta que Dios, quien es el Juez final, decida entre ellos.

Jesús plantea las diferentes dimensiones de la iglesia. La ilustración de la semilla de mostaza provee la idea de que la iglesia estallará en gran número, pero incluirá el real y el aparente, esto es, creyentes verdaderos y creyentes falsos. La era de la iglesia será un tiempo verdaderamente insólito y en realidad, lo es ahora. Bajo el nombre de «iglesia», hoy tenemos todo tipo de diversidad. En el Apocalipsis, Cristo le ordenó a Juan que escribiera a la Iglesia de Sardis y le dijo: «Yo conozco tus obras, que tienes nombre de que vives, y estás muerto» (Ap. 3:1). ¡Qué comentario sobre muchas iglesias en la actualidad! Tienen un título, tienen un nombre, pero están muertas.

¿Y por qué están muertas? Están muertas, fundamentalmente, porque la gente dentro de ellas está muerta. Se podría decir, sin temor a equivocarnos, que hoy en Norteamérica la mayoría de los miembros de las iglesias ni siquiera sabe qué es ser cristiano porque ellos están muertos espiritualmente. Pablo dijo en Efesios 2:1: «Estabais muertos en vuestros delitos y pecados».

Por lo tanto, personas muertas han de constituir iglesias muertas. La iglesia hoy no sufre o muere a causa de los ataques desde fuera; Satanás no necesita perder el tiempo en ellos, ya las personas están muertas dentro de ella.

Por otra parte, una iglesia viva, una iglesia que conoce a Jesucristo y proclama Su Evangelio, siempre va a estar padeciendo ataques, porque tal tipo de iglesia será la conciencia de la comunidad. Jesús dijo: «¡Ay de vosotros, cuando todos los hombres hablen bien de vosotros!» (Lc. 6:26). La iglesia siempre debe estar en polos opuestos a los del mundo, la luz y las tinieblas no tienen compañerismo entre sí. «¿Y qué concordia Cristo con Belial?» (2 Co. 6:15). No hay relación.

Es muy importante que entendamos esto. Pablo lo explica en 2 Corintios 6:14, en donde afirma que el amor de Cristo es un tema básico. Y la importancia de que la iglesia esté involucrada en el proceso en el cual Dios está obrando una nueva creación; y esto a partir de estas personas que están muertas espiritualmente. La iglesia que es verdadera, viva y vital, manifiesta el Evangelio a los muertos espirituales; y el Evangelio por sí sólo les puede dar vida. Ésta es la misión de la iglesia. No hay manera bíblica de que la iglesia pueda cortejar al mundo. La iglesia ha de ser la conciencia del mundo. La iglesia debe estar tan bien definida en el cumplimiento de su rol de manera que llegue a ser la antagonista del mundo. Para los que están fuera de Jesucristo, la banca de la iglesia ha de ser el asiento menos confortable en el mundo porque presentamos un Evangelio que separa. Porque cuando la iglesia arrulla al mundo, la iglesia muere. La iglesia en Sardis pensaba que estaba viva, pero realmente estaba cortejando al mundo; por tanto no estaba viva, sino muerta (Ap. 3:1).

La tarea de la iglesia no es solamente enseñar a los santos, sino también advertir a los hombres de las normas de Dios. No estamos siendo justos o fieles al llamado de Dios si todo lo que hacemos es anunciar la vida abundante. Ahora bien, la salvación es una dimensión grande, pero en algún momento, hemos tenido que proclamar que el hombre es un pecador, que está apartado del Dios santo y que a los ojos de Dios es objeto del juicio de Dios, él es un hijo de ira como dice Pablo en Efesios 2:3. Proclamar con denuedo la verdad de Jesucristo y la verdad del hombre en su pecado es dividir.

En Mateo 10:34-36 Jesús dijo: «No penséis que he venido para traer paz a la tierra; no he venido para traer paz, sino espada. Porque he venido para poner en disensión al hombre contra su padre, a la hija contra su madre, y a la nuera contra su suegra; y los enemigos del hombre serán los de su casa». La iglesia verdadera de Jesucristo entonces, no es una institución religiosa que acoge a todo el mundo; es el cuerpo de Cristo apartado para Dios, en unión y matrimonio exclusivo con Cristo y redimidos por fe. Ninguna persona fuera de esa redención puede ser parte de ella. La demanda para la iglesia y nuestra labor como pueblo es advertir a los que no han recibido a Cristo, advertirles con amor, pero advertirles aun así, que están en peligro del terror del Señor. Esta es nuestra tarea.

Nuestro texto es una advertencia a los que piensan que están cómodamente atrincherados en la iglesia, pero en realidad no lo están. Esta no es una advertencia para los que están fuera de la iglesia. Es una advertencia para nosotros, los que estamos involucrados en la iglesia, a asegurarnos que somos auténticos.

Pienso que es justo que al comenzar nuestro ministerio aquí, nos detengamos y nos acerquemos a esta verdad con un sentido de sobriedad y seriedad, para comprender nuestra condición como individuos ahora mismo ante los ojos de Dios. Y estoy seguro de que en esta iglesia hay personas que no conocen a Jesucristo de manera personal y vital. Estoy convencido de ello a causa del número de la congregación esta mañana. Hay muchos sentados aquí mismo, en este auditorio, que han venido a la iglesia muchas veces, pero que no conocen a Jesucristo. Quizás ellos hasta experimentan sensaciones religiosas y tal vez, hasta emociones santurronas; pero ellos no conocen a Jesucristo. Estoy convencido de que antes que como iglesia podamos movernos como un cuerpo, debemos llegar a ser una unidad. La única manera entonces, en que podemos estar unidos y llegar a ser uno como Cristo oró que fuéramos, es cuando todos seamos auténticos, genuinos en Cristo.

Quiero, pues, que examinemos cuidadosamente nuestras vidas. Observemos la escena en Mateo 7:22 y la frase «en aquel día». Esta frase es importante porque es una referencia a un día particular que viene en el que Cristo va a juzgar. La idea de «en aquel día» está relacionada en la Biblia con el juicio y esta es una ilustración de aquel día. Una referencia similar a «el día» aparece en 1 Corintios 3:13 con relación al tiempo del juicio de los creyentes. Aparece con frecuencia en varios pasajes de la Biblia con relación al juicio divino de los incrédulos (cf. Is. 2:12; Jl. 2:1; Mal. 4:5; 1 Ts. 5:2; 2 P. 3:10).

Está por venir un día en el que Dios va a juzgar. Está por venir un día en el que el Gran Trono Blanco va a ser una realidad. Apocalipsis 20:11-12 ilustra este gran cuadro del juicio final diciendo: «Y vi un gran trono blanco y al que estaba sentado en él, de delante del cual huyeron la tierra y el cielo, y ningún lugar se encontró para ellos. Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras».

En otras palabras, ellos no tuvieron una fe loable; sus obras fueron todo sobre lo cual cimentaron sus vidas. Si conoce algo acerca de esto, sabe que la Biblia dice: «Por las obras de la ley ningún ser humano será justificado» (Ro. 3:20). «Y el mar entregó los muertos que había en él; y la muerte y el Hades entregaron los muertos que había en ellos; y fueron juzgados cada uno según sus obras. Y la muerte y el Hades fueron lanzados al lago de fuego. Esta es la muerte segunda. Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego» (Ap. 20:13-15).

En Mateo 7:21-23 se nos traslada al juicio final. Estamos ante el Gran Trono Blanco viendo a algunos de los que están cara a cara con Cristo en aquel tiempo. Ellos le dicen: «Señor, Señor, aquí estamos, nosotros somos aquellos, los que eran religiosos». Pedro le llama a este día «el día del juicio y de la perdición de los hombres impíos» (2 P. 3:7). La frase «hombres impíos» podría parecer dura en vista del hecho que estas eran personas religiosas. Hay un silencio aterrador en ese juicio realmente.

Ahora, vamos a ver, en primer lugar, el requisito para la entrada al Reino. Entonces, se rompe el silencio con las palabras de Jesucristo: «No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de Mi Padre que está en los cielos» (Mt. 7:21). Aquí tenemos, ante todo, el requisito para la entrada al Reino. ¿Cuál es este requisito? ¿Cómo entra un hombre al Reino de Dios? ¿Cómo puede estar en una relación vital con Dios?

Bueno, ante todo, no es aquel quien dice: «Señor, Señor» sino los que hacen la voluntad de Dios quienes entran. Ustedes recordarán Mateo 25:1-13, es una historia muy interesante de diez vírgenes invitadas a una fiesta. Cinco de ellas vinieron y de antemano se habían preparado al traer el aceite y ponerlo en sus lámparas. Las otras cinco fueron insensatas y no prepararon nada. En Mateo 25:11, la puerta se cierra y las cinco que quedan fuera dicen: «Señor, Señor, ábrenos». Pero el Señor de la fiesta responde: «De cierto os digo, que no os conozco».

Observen en esa historia que a todas las vírgenes se les invitó a la fiesta; en un sentido simbólico, ellas habían oído el Evangelio. Habían escuchado la proclama: «Vengan a la fiesta». Esta es una ilustración del llamado de Dios al mundo. Ellas se prepararon en la medida en que dispusieron sus lámparas. Ellas hasta vestían las ropas apropiadas. Incluso, llegaron a la casa de la cita. Sin embargo, no consiguieron entrar. Su llanto es similar al de Mateo 7:21: «Señor, Señor, ábrenos». Pero Él afirma que no es para los que dicen: «Señor, Señor», sino para los que hacen la voluntad de Él. ¡Qué solemne advertencia! Al final de esta parábola, Cristo dice: «Velad, pues, porque no sabéis el día ni la hora» (Mt. 25:13).

Oseas lo ilustra en Oseas 8:2. El pueblo de Oseas históricamente estuvo casi por tocar fondo. Israel iba cuesta abajo; y para cuando llega a la profecía de Oseas, él los está sermoneando por su falta de conocimiento, diciendo: «Mi pueblo fue destruido, porque le faltó conocimiento» (4:6). Oseas dice que ellos no tienen realidad alguna en su interior. Los compara al rocío de la mañana temprana que se evapora (6:4). Ellos no tienen ninguna sustancia. Ellos han desechado a Dios y le han dado la espalda. Ni siquiera se acercan a la casa de Dios. Para cuando llega al 8:1-2, Oseas describe el cuadro de un buitre. (Está traducido como «águila» pero es la palabra hebrea para buitre.) La figura es la de un buitre que se abalanza sobre la casa de Dios. Representa el hecho de que aun con toda la actividad religiosa en Israel, la pura verdad era que el lugar estaba muerto; y es por ello que el buitre se abalanza sobre él. No había nada allí sino un cadáver.

Israel abandonó completamente el templo de Dios como el símbolo de su relación con Dios y en consecuencia, sucedió una tragedia: El cuadro de un buitre que vuela testificando el hecho de que el juicio se acerca. Oseas, entonces, pasa a profetizar que Israel será aplastado a causa de su abandono de Dios. Israel, en ese entonces, aún era religioso. Israel aún tenía sentimientos religiosos. La gente aún cumplía algunas formalidades, pero estaban muertos. No había realidad de su religión, sólo formalidad. ¿Qué respondieron a Oseas? «Dios mío, te hemos conocido». Observen que es de la misma manera que en Mateo 7:21: «Señor, Señor, somos nosotros. ¿Qué quieres decir con juzgarnos? Te conocemos, somos nosotros. Nuestro Dios». Ellos claman. «Somos nosotros». ¡Qué tragedia! Dios no los conoce. Esa generación en particular había desechado su relación con Dios como resultado de sus propios deseos. Puede darse cuenta de que no son los que desean entrar en el reino de Dios quienes necesariamente entran. Ni siquiera los que piden entrar quienes lo hacen. No es suficiente pedir, no es suficiente desear; sólo ser obediente es suficiente.

Y Dios ha establecido ciertas reglas para la entrada al Reino; deben obedecerse o no hay entrada. Puede que usted desee entrar a tal grado que viene a la iglesia y se involucra, pero no tanto. A menos que venga por medio de Jesucristo, no puede entrar. Todas sus actividades religiosas y todos sus rituales carecen de sentido. Pedrom en Hechos 4:12 dijo: «Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro Nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos». No hay otro nombre aparte de Jesucristo.

Había un hombre ciego en un puente en Londres, quien estaba leyendo su Biblia en braille. Mientras leía Hechos 4:12, se perdió en el texto con sus dedos. Sin ser consciente, por su ceguera, de cualquiera a su alrededor, continuó pasando sus dedos sobre la misma frase: «No hay otro nombre… no hay otro nombre… no hay otro nombre». Un grupo de personas que se había reunido a su alrededor, a medida que trastabillaba sobre las palabras, comenzó a mofarse y burlarse de él mientras palpaba su Biblia. Había otro hombre parado a la orilla del gentío, quien no se burlaba, sino que escuchaba. Aquella noche, aquel hombre se alejó, fue a su casa, cayó sobre sus rodillas e invitó a Cristo a entrar a su vida. Posteriormente, en una reunión, testificó que lo que lo trajo a Jesucristo fue un hombre ciego en un puente que trastabillaba sobre las palabras: «No hay otro Nombre… no hay otro Nombre… no hay otro Nombre».

Es sólo a través de la fe personal en el Señor Jesucristo que usted, yo o cualquiera podrá entrar al Reino de Dios. No podemos entrar por medio de nuestra emoción religiosa o de nuestros sentimientos santificados. Sólo mediante la sangre preciosa de Jesucristo. La profesión de labios no es válida, tiene que haber obediencia. Con esta expresión: «Señor, Señor», llegamos a la conclusión de que estas personas se sorprenden, en realidad, se impactan. «¿Quiere decir que ni siquiera vamos a entrar?» Entonces, recordemos lo que Jesucristo dice en Lucas 6:46: «¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?» El siguiente verso se encuentra sobre una losa antigua en la catedral de Lübeck, Alemania: «Así pues habló Jesús nuestro Señor a nosotros, vosotros me llamáis Maestro más no me obedecéis, vosotros me llamáis Luz más no me veis, vosotros me llamáis Camino más no me transitáis, vosotros me llamáis Vida más no me deseáis, vosotros me llamáis Sabio más no me seguís, vosotros me llamáis Bueno más no me amáis, vosotros me llamáis Rico más no me pedís, vosotros me llamáis Eterno más no me buscáis, vosotros me llamáis Misericordioso más no confiáis en mí, vosotros me llamáis Noble más no me servís, vosotros me llamáis Poderoso más no me honráis, vosotros me llamáis Justo más no me teméis; si os condeno, no me culpéis». Dios ha establecido el requisito para la entrada al Reino de los cielos. Esto no tiene nada que ver con un edificio, tiene que ver con Jesucristo. Llamar a Cristo: «Señor» o cualquier otro nombre no es suficiente; hacer la voluntad de Dios es la solución.

Usted pregunta: «Bueno, ¿cuál es la voluntad de Dios?» Pablo le dijo a Timoteo que: «Dios nuestro Salvador… el cual quiere que todos los hombres sean salvos» (1 Ti. 2:3, 4). Esa es la voluntad de Dios. Jesús dijo: «Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por Mí» (Jn. 14:6). Esa es la voluntad de Dios. En Juan 6:40 Cristo dice: «Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquél que ve al Hijo, y cree en Él, tenga vida eterna; y Yo le resucitaré en el día postrero». Juan 1:12 dice: «Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en Su Nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios».

La voluntad de Dios para usted es que reciba a Cristo. Hebreos 11:6 dice: «Pero sin fe es imposible agradar a Dios» y esto significa fe en Jesucristo. Usted no entrará al Reino por medio de la sinceridad, por medio de la religiosidad, por medio de la reformación, por medio de la benevolencia, por medio del servicio en la iglesia, ni siquiera simplemente por mencionar el nombre de Cristo. Allí se puede llegar sólo por medio de la confianza y la fe personal en Cristo.

Primero que nada, en el versículo 21 hemos visto la condición para la entrada al Reino. Ahora, veamos en el verso 22, el llanto de aquellos a quienes se les niega la entrada: «Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en Tu Nombre, y en Tu Nombre echamos fuera demonios, y en Tu Nombre hicimos muchos milagros?» El llanto de estas personas es un arrebato. Cuando Cristo en el juicio dice que no todo el que dice: «Señor, Señor», es en ese momento, de repente hay un arrebato, una súplica desde los corazones de aquellas personas. Ellos lanzan un grito y dicen: «Pero nosotros hemos hecho todas estas cosas». Muchas personas están yendo al infierno, frustradas eternamente porque pensaron que su desempeño religioso era suficiente para salvarlas. Millones de personas dependen de su moralidad, de sus buenas acciones, de su bautismo, de su condición de miembros de la iglesia, aun de sus sentimientos religiosos. Habrá muchos obreros de iglesias en el infierno, muchos pastores, y es triste decirlo, muchos maestros de las así llamadas ‘escuelas religiosas’. Estoy seguro de que muchos de ellos le dirán a Cristo: «Cristo, somos nosotros, nosotros profetizamos en Tu Nombre». Pero Jesús les arrancará la piel de oveja y se pondrá al descubierto el lobo voraz. Eso es exactamente de lo que Él está hablando en Mateo 7:15-20, donde Él revela a los falsos profetas: Los que claman poseer una realidad que no tienen.

Lucas 13:25-30 añade un tremendo énfasis a este punto: «Después que el padre de familia se haya levantado y cerrado la puerta, y estando fuera empecéis a llamar a la puerta, diciendo: Señor, Señor, ábrenos, él respondiendo os dirá: No sé de dónde sois. Entonces comenzaréis a decir: Delante de ti hemos comido y bebido, y en nuestras plazas enseñaste. Pero os dirá: Os digo que no sé de dónde sois; apartaos de mí todos vosotros, hacedores de maldad. Allí será el llanto y el crujir de dientes, cuando veáis a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, y vosotros estéis excluidos. Porque vendrán del oriente y del occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios. Y he aquí, hay postreros que serán primeros, y primeros que serán postreros». ¡Que cuadro de aquel día! De los que son arrojados fuera porque todo lo que tuvieron fue el nombre de Cristo sin la realidad de la fe en Él. Qué triste verlos afuera llorando por ganar la entrada.

Esto me recuerda a las personas en los días de Noé, quienes deben haber estado haciendo lo mismo. Golpeando ruidosamente las puertas del arca para tratar de hacerle saber a Noé que finalmente creyeron que sus palabras eran ciertas. Ellas quisieron pasar hacia dentro pero no pudieron. ¿Tiene usted solamente una apariencia de piedad? ¿Conoce al Señor personalmente? ¿Se ha visto a usted mismo de pie ante el Gran Trono Blanco con sus débiles excusas? Jesús le dijo a Nicodemo: «De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el Reino de Dios» (Jn. 3:3). ¿Qué significa ser nacido de nuevo? Significa sencillamente recibir a Jesucristo y creer que Dios le hace una nueva creación, le hace nacer eternamente dentro de su familia.

Y cuando Nicodemo vino a Cristo, él tenía mucho de lo cual vanagloriarse. Él era un hombre religioso, él era el maestro en Israel. Usted pensará que con todos los escalones religiosos que él había alcanzado, Cristo le habría dicho: «Nicodemo, qué gran tipo eres, has llegado muy lejos, has tenido una vida tremendamente fantástica, has hecho cosas maravillosas; todo lo que necesitas es subir un gran escalón más y estás dentro». Pero Cristo en verdad le dice: «Nicodemo, todo lo que has hecho es obrar con religiosidad. Ahora, olvídalo todo, vuelve atrás y hazte como un bebé, nace de nuevo». Nicodemo no necesitó subir un escalón más en el proceso; él tuvo que comenzar desde el principio.

Esto nos lleva a nuestro siguiente punto. Vamos a ver a continuación la condenación para aquellos sin Cristo. Lanzar gritos hacia Dios en protesta es una defensa inútil, ¿no es así? La voluntad de Dios es recibir a Cristo como Señor y Salvador. Los que no lo han hecho así lanzan gritos de horror. Entonces, el Juez habla nuevamente en Mateo 7:23 y vemos la condenación de los que no tienen a Cristo: «Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de Mí, hacedores de maldad». Observe la palabra «declarar», es una palabra interesante. La palabra griega para ella (homologia) significa «proclamar abiertamente». Aquí, Cristo proclama abiertamente que Él no los conoce. Esa misma palabra se usa en Mateo 10:32, donde Jesús dice: «A cualquiera, pues, que me confiese delante de los hombres, Yo también le confesaré delante de Mi Padre que está en los cielos». Si usted no proclama gustosa y abiertamente a Cristo aquí en la tierra, entonces Él no lo proclamará abiertamente a usted en el cielo. En lugar de esto, Él dirá: «Nunca os conocí».

Ahora, llegamos a uno de los conceptos más importantes en toda la Biblia, se representa con la palabra «conocer». Alguna que otra vez me escucharán repitiendo este concepto, porque es de importancia fundamental. ¿Qué significa para Dios conocer a una persona y no conocer a otra? Sabemos que no significa que Él no es consciente de las personas. Sabemos que Él no está diciendo: «No sé quién eres». Él sabe quién es cada uno. Él cuenta los cabellos de la cabeza de cada uno. Él sabe cuándo cae un gorrión (Mt. 10:29-30). Él sabe todo lo que hay para saber.

Entonces, ¿qué quiere decir Cristo cuando dice: «Nunca os conocí»? En 2 Timoteo 2:19 se nos da la clave a través de lo que Pablo escribe: «Conoce el Señor a los que son Suyos». ¿Qué significa esto? ¿Qué trata de decir él? La palabra «conocer» en las Escrituras implica una relación de amor única. En Amós 3:2 Dios dice: «A vosotros [Israel] solamente he conocido». Ahora, ¿es Israel la única nación de la cual Dios tiene conocimiento? No, claro que no, Él conoce a cada nación. ¿Qué estaba diciendo? Él estaba diciendo: «Yo tengo una relación íntima con Israel».

El Antiguo Testamento se refiere al concepto de un hombre y una mujer que se unen en una relación que produce un hijo como un hombre «conociendo» a su esposa. Por ejemplo, Génesis 4:17 dice: «Y conoció Caín a su mujer». Nosotros no suponemos que él conoció a su esposa en el simple sentido de sólo conocerla. Es obvio, o él no se habría casado con ella, en un principio, si él no la había conocido de esa manera. Es algo más que esto.

El versículo continúa diciendo: «la cual concibió y dio a luz a Enoc». En otras palabras: «Conocer» se refiere a la mayor y excepcional relación de amor posible. Debemos recordar que la Biblia dice que José no había conocido a María (cf. Mt. 1:18, 25). Por esta razón se conmocionó tanto al saber que ella estaba encinta. José debía escoger entre dos opciones: la apedreaba o se separaba de ella en consecuencia, ya que estaba embarazada y él nunca la había conocido. La palabra «conocer» en el terreno humano implica entonces una relación de amor única entre dos personas. En términos de la relación de Dios, la misma definición es correcta. Pablo dice en Gálatas 4:9 que los creyentes somos «conocidos por Dios».

La belleza de nuestra intimidad con Dios es comparable con la de un hombre al conocer a su esposa. Esto es lo que vemos en las Escrituras, Dios se refiere a Israel como su esposa (cf. Oseas 1-3) y la iglesia se presenta como la novia y Cristo, como el novio (cf. Ef. 5:25-32). Nosotros tenemos una relación de amor íntima con Dios. Esta se ilustra hermosamente en las palabras de Cristo en Juan 10:14: «Yo soy el buen Pastor; y conozco Mis ovejas, y las Mías me conocen». Mientras leo el pasaje, voy a sustituir la palabra «conocer» por «amor». «Yo soy el buen Pastor; y amo Mis ovejas, y las mías me aman, así como el Padre me ama, y Yo amo al Padre; y pongo Mi vida por las ovejas… Mis ovejas oyen Mi voz, y Yo las amo, y me siguen, y Yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de Mi mano. Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de Mi Padre. Yo y el Padre uno somos» (vv. 14-15, 27-30). ¿Se da cuenta de la belleza y la intimidad de la relación de amor que tenemos con Jesucristo?

En Romanos 11:2, el apóstol Pablo dice: «No ha desechado Dios a Su pueblo, al cual desde antes conoció». Dios predeterminó con usted una relación de amor si usted es cristiano. En el consejo de Dios, por el acto soberano de Su voluntad, Él pre ordenó que usted sería un hijo de Dios (Ef. 1:4). Usted tiene una relación de amor predeterminada con Dios al igual que la tuvo Israel y aún la tiene. La intimidad de esa relación de amor es tan hermosa que Dios se refiere a ella con el más grandioso de los términos humanos: La consumación del amor entre un hombre y una mujer.

Cuando Dios dice: «Yo conozco Mis ovejas»; cuando Cristo dice: «Yo te conozco», quiere decir que usted y yo tenemos una relación de amor íntima con ellos. ¡Qué concepto tan glorioso! Pero a aquellos que no tienen esa relación de amor les dice: «Nunca os conocí». Ellos no tienen tal relación de amor predeterminada. Ellos no tienen tal relación como la de la oveja y su pastor, o como la de una novia y su novio. Estar fuera de esa relación de amor especial es sufrir Su juicio: «Apartaos de Mí». ¡Qué tragedia!

Cristo reitera esas palabras fuertes en el tiempo del juicio en Mateo 25:41: «Entonces dirá también a los de la izquierda: Apartaos de Mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles». Qué pena es que el cuadro final del juicio sea una trágica descripción de tristeza. Los incrédulos de todos los tiempos son llevados ante Dios, Jesucristo reitera la condición para la entrada al Reino: Hacer la voluntad de Dios. Ésa es la condición.

Ellos claman, los que quedan apartados, «pero en Tu Nombre hemos hecho todas estas obras». Pero el Juez habla finalmente y dice: «A ustedes los condeno, porque nunca tuvimos una relación de amor».

El cristianismo no es una formalidad. El cristianismo no es una religión. Es una relación de amor personal con Jesucristo. ¿Tiene usted esa relación de amor? ¿Conoce a ese Cristo? Termino con esta ilustración. Había un actor en una sala de teatro a quien le pidieron recitar algo para el público. Se levantó y siendo amable con su público dijo: «Recitaré lo que ustedes me pidan». Al principio, nadie hizo sugerencia alguna, pero un anciano predicador que por casualidad estaba allí sentado al final de la sala, se levantó y dijo: «Me gustaría escucharle recitar el Salmo 23».

Pues bien, el actor se sorprendió un poco con esto, pero como había manifestado su disposición de recitar lo que le pidieran, aceptó lo que el hombre le sugirió. Casualmente, conocía el salmo, así que dijo que lo recitaría. Repitió el Salmo 23 con perfecta elocuencia. Fue una interpretación magistral. Su dicción fue estupenda. Cuando terminó, toda la audiencia estalló en una ovación espontánea. El actor, imaginando que se desquitaría con el anciano por sugerirle recitar algo de la Biblia, le dijo: «Bueno señor, ahora me gustaría oírlo a usted recitarlo». El anciano no regateó el pedido. Sino que por su amor a Cristo se levantó y repitió el Salmo 23. Su voz se quebró, se entrecortó y no fue muy hermosa. La interpretación tampoco fue muy buena. Cuando terminó no hubo aplausos, pero no quedó nadie que no llorara en la sala. El actor, percibiendo su propia emoción, se puso de pie y dijo: «Señoras y señores, yo llegué a sus ojos y oídos, él llegó a sus corazones. Ésta es la diferencia: Yo conozco el salmo; él conoce al Pastor del salmo».

  

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