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John MacArthur

A los ateos les encanta desacreditar la Biblia. Aquellos que están verdaderamente comprometidos con esta causa invierten mucho tiempo y esfuerzo buscando confusión y contradicciones en la Palabra de Dios, esperando justificar su incredulidad. Ellos también aman afirmar que, simplemente, hay muchas diferentes interpretaciones de la Escritura como para poder comprenderla con claridad.

Pero de acuerdo con Dios, no existe alguien llamado ateo. Todos saben que Él existe. Los que lo niegan, simplemente prefieren “detener con injusticia la verdad” (Romanos 1:18). En otras palabras, el problema nunca es la falta de evidencia de Dios, sino un amor por el pecado que consume.

 Sin embargo, los ateos pueden tener momentos de transparencia innovadores y reveladores. Se dice que Mark Twain dijo, y cito: “no son las partes de la Biblia que no puedo comprender las que me molestan, son las partes que sí comprendo.” Twain puede haber sido un incrédulo, pero al menos, él tuvo la honestidad de admitir que era porque no le agradaba lo que Dios dijo, no que él no creía o comprendía lo que Dios dijo.

Tristemente, las iglesias hoy en día están desbordadas de pseudo cristianos postmodernistas a quienes les vendría bien una buena dosis de la honestidad de Twain. Hay muchos que ahora argumentan que la Escritura es demasiado misteriosa como para ser entregada con convicción. Muchos no lo dirían directamente y negarían que la Biblia es la Palabra de Dios, pero dicen lo mismo cuando insisten en que nadie tiene derecho a decir con certeza lo que la Biblia significa.

Brian McLaren ejemplifica esta mentalidad en la introducción de su libro Una Nueva Clase de Cristiano:

Conduzco mi automóvil y escucho la estación de radio cristiana… Allí oigo a predicador tras predicador, personas que están absolutamente seguras de sus respuestas a prueba de balas y sus infalibles interpretaciones bíblicas… Y cuanto más seguro se oyen, menos me encuentro queriendo ser un cristiano; porque de este lado de los micrófonos, antenas y altoparlantes, la vida no es así de simple, las respuestas no son así de claras y nada es tan certero. [1] Brian McLaren, A New Kind of Christian (San Francisco: Jossey-Bass, 2003), 14.

De este modo, el postmodernismo “evangélico” ha transformado la duda, la incertidumbre y los reparos acerca de prácticamente cada enseñanza de la Escritura en una virtud valiosa. Las convicciones sólidas enunciadas de manera simple son invariablemente etiquetadas como “arrogancia” por aquellos que están a favor del diálogo postmoderno.

Ahora, obviamente, no podemos ser dogmáticos de manera justa acerca de cada creencia periférica o tema de preferencia personal. Implícitamente, nadie cree que cada opinión es algo por lo que vale la pena luchar. La Escritura traza el límite con amplia claridad: se nos manda a contender la fe una vez entregada a los santos, pero se nos prohíbe contender unos con otros acerca de temas secundarios (Romanos 14:1).

Sin embargo, algunos ahora están sugiriendo que la humildad requiere que todos se abstengan de tratar cualquier verdad como algo indiscutible. En cambio, se supone que debemos poner todo sobre la mesa y “admitir que nuestras formulaciones pasadas y actuales pueden haber sido limitadas o distorsionadas.” [2] Brian McLaren, A Generous Orthodoxy (Grand Rapids: Zondervan, 2004), 30.

 

Algunos se han referido a este enfoque como “una hermenéutica de humildad” -como si cualquier pastor que piensa que él sabe lo que Dios dice acerca de algo es inherentemente muy orgulloso. Por supuesto, dicha negación de toda certidumbre no tiene nada que ver con la verdadera humildad. Es de hecho una forma arrogante de incredulidad, arraigada en un rechazo imprudente del reconocimiento que Dios ha sido lo suficientemente claro en Su auto revelación a Sus criaturas. De hecho, es una forma blasfema de arrogancia y cuando determina inclusive cómo alguien maneja la Palabra de Dios, se convierte en otra expresión de rebelión malvada en contra de la autoridad de Cristo.

Cristo ha hablado en la Biblia y Él nos considera responsables de comprender, interpretar, obedecer y enseñar lo que Él ha dicho -en oposición a deshacer analíticamente todo lo que la Biblia dice. Observe que Cristo repetidamente reprendió a los fariseos que torcían la Escritura desobedeciéndola, dejándola de lado por sus tradiciones y en general, ignorando su significado simple. En ninguna ocasión, Él excusó la hipocresía de los fariseos y su falsa religión disculpando por una falta de claridad en el Antiguo Testamento.

Jesús hizo responsables no sólo a los fariseos, sino las personas comunes de conocer y comprender las Escrituras. “¿No habéis leído…?” era un regaño común a aquellos que desafiaban Su enseñanza pero que no conocían o comprendían las Escrituras como debían (Mateo 12:3.5; 19:4; 22:31; Marcos 12:26). Él se dirigió a los discípulos en el camino a Emaús llamándoles “insensatos, y tardos de corazón para creer,” debido a su ignorancia acerca de las promesas Mesiánicas del Antiguo Testamento (Lucas 24:25). El problema yace no en alguna falta de claridad por parte de la Escritura, sino en su propia fe indolente.

 

El apóstol Pablo, cuyos escritos son los que más debaten los eruditos hoy en día, escribió virtualmente todas sus epístolas para el hombre común, no para eruditos e intelectuales. Aquellas epístolas dirigidas a las iglesias fueron escritas a iglesias predominantemente gentiles, cuya comprensión del Antiguo Testamento era limitada. Sin embargo, él esperaba que ellos comprendieran lo que había escrito (Efesios 3:3-5), y los hizo responsables de seguir el consejo de su instrucción (1 Timoteo 3:14-15).

Ambos, Pablo y Cristo, de manera consistente, enfatizaron que es el deber de cada cristiano estudiar e interpretar la Escritura de manera correcta (2 Timoteo 2:15). “El que tiene oídos para oír, oiga.” (Mateo 11:15; 13:9, 16; Marcos 4:9).

El cristianismo protestante siempre ha afirmado la claridad de la Escritura. Eso significa que nosotros creemos que Dios ha hablado con claridad en Su Palabra. No todo en la Biblia es claro de igual manera, por supuesto (2 Pedro 3:16). Pero la Palabra de Dios es lo suficientemente simple para el lector estándar, para saber y comprender todo lo necesario para un conocimiento salvador de Cristo. La Escritura también es lo suficientemente clara para permitirnos obedecer la gran Comisión, la cual de manera expresa requiere que nosotros enseñemos a otros “todas las cosas” que Cristo ha mandado (Mateo 28:18-20).

Dos mil años de erudición cristiana acumulada han sido básicamente consistentes en todos los temas importantes: la Biblia es la palabra autoritativa de Dios que contiene toda verdad espiritual esencial para la gloria de Dios, nuestra salvación, fe y vida eterna. La Escritura nos dice que toda la humanidad cayó en Adán y nuestro pecado es una esclavitud perfecta de la cual no podemos librarnos por nosotros mismos. Jesús es Dios encarnado, habiendo tomado forma humana para pagar el precio del pecado y redimir a los creyentes de la esclavitud al pecado. La salvación es por gracia mediante la fe y no un resultado de alguna obra que realicemos. Cristo es el único Salvador para todo el mundo y fuera de fe en Él, no hay esperanza de redención para ningún pecador. Entonces, el mensaje del Evangelio necesita ser llevado a los confines de la tierra. Los verdaderos cristianos siempre han estado de acuerdo con todos estos puntos vitales de verdad bíblica.

De hecho, la noción postmoderna de que todo debería estar perpetuamente sujeto a discusión y de que nada es realmente seguro o establecido es una simple negación de ambos, la claridad de la Escritura y el testimonio unánime del pueblo de Dios a lo largo de la historia redentora. En un sentido, la negación contemporánea de la claridad de la Biblia representa una regresión al pensamiento medieval, en donde la jerarquía papal insistía que la Biblia es poco clara para que el hombre común la interprete por sí mismo. (Esta creencia condujo a muchas persecuciones crueles en contra de aquellos que trabajaban para traducir la Biblia a los idiomas usuales.)

En otro sentido, sin embargo, la negación postmoderna de la claridad de la Escritura es aún peor que la oscuridad de la superstición religiosa medieval, ya que el postmodernismo dice, en efecto, que nadie puede comprender lo que la Biblia significa de manera confiable. El postmodernismo deja a la gente permanentemente en la oscuridad acerca de prácticamente todo.

Eso también es una negación del Señorío de Cristo sobre la Iglesia. ¿Cómo podía Él ejercer liderazgo sobre Su iglesia si Su propio pueblo nunca pudiera saber verdaderamente lo que Él quiso decir con lo que expresó? Jesús mismo estableció la pregunta acerca de si Su verdad es lo suficientemente clara en Juan 10:27-28, cuando Él dijo: “Mis ovejas oyen Mi voz, y Yo las conozco, y me siguen, y Yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de Mi mano.”

(Adaptado de Verdad en Guerra: Peleando por certidumbre en una era de decepción.)

Disponible sobre el Internet en: www.gracia.org  
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