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En un viaje por avión que hice algún tiempo atrás, un joven que estaba sentado a mi lado se me presentó y me dijo: «Señor, ¿usted sabría cómo yo podría relacionarme con Jesucristo?» ¡Bueno, ese tipo de incidente no ocurre con frecuencia! Yo estaba leyendo mi Biblia, lo que lo impulsó a hacer la pregunta. Parecía estar listo y ansioso para ser salvo. Yo le dije: «Simplemente, cree en el Señor Jesucristo y acéptalo como tu Salvador». Él dijo: «Me gustaría hacerlo». Entonces, oramos juntos. Yo me emocioné con lo que sucedió, pero después, no tuve éxito en mis intentos de darle seguimiento a su compromiso. Desde entonces, descubrí que - en mi opinión - no tiene un interés permanente en las cosas de Cristo.

Algunos de ustedes que han compartido el Evangelio de Cristo con otras personas han experimentado esas ocasiones en que alguien a quien ustedes condujeron a Cristo nunca muestra cambio alguno en su vida. Si ustedes han estado luchando por saber por qué sucede eso, entonces creo que encontrarán la respuesta en esta lección. Yo no creo que entendí totalmente por qué eso sucedía hasta que entendí Mateo 19:16-22. Podríamos decir que este pasaje es un ejemplo de otra verdad claramente expresada en Lucas 14:33.

El Señor dijo: «Cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser Mi discípulo». Esa es una verdad evidente. La salvación no es necesariamente para las personas que dicen una oración o que piensan que necesitan a Jesucristo; es para las personas que renuncian a todo. Debe haber voluntad de abandonarlo todo para que la salvación sea genuina.

Examinemos el texto: «Entonces vino uno y le dijo: Maestro bueno, ¿qué bien haré para tener la vida eterna? Él le dijo: ¿Por qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno sino uno: Dios. Mas si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos. Le dijo: ¿Cuáles? Y Jesús dijo: No matarás. No adulterarás. No hurtarás. No dirás falso testimonio. Honra a tu padre y a tu madre; y, Amarás a tu prójimo como a ti mismo. El joven le dijo: Todo esto lo he guardado desde mi juventud. ¿Qué más me falta? Jesús le dijo: Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven y sígueme. Oyendo el joven esta palabra, se fue triste, porque tenía muchas posesiones». Jesús le puso al hombre una prueba: tenía que escoger entre sus posesiones y Jesucristo. Como no tenía la voluntad de renunciar a todo, no podría ser nunca un discípulo de Cristo.

En Mateo 19:16, el joven quería saber cómo podía obtener la vida eterna. La frase «vida eterna» se usa casi cincuenta veces en las Escrituras. El centro de toda evangelización es hacer que las personas busquen y luego, reciban la vida eterna. Juan 3:16 dice: «Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a Su Hijo Unigénito, para que todo aquel que en Él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna». Una gran parte de nuestra labor en la evangelización es llevar a las personas hasta el punto al que había llegado el joven de Mateo 19. Muchos de nosotros pensamos que cuando hacemos que alguien diga: «¿Qué necesito hacer para heredar la vida eterna?» Todo lo que necesitamos hacer es decir: «Cree, firma la tarjeta, levanta la mano, camina por el pasillo de la iglesia». Cuando el joven le hizo a Jesús la pregunta correcta, él no necesitó que lo estimularan a leer el Evangelio; él ya estaba interesado, exactamente igual que el joven que me encontré en el avión.

Al Señor le hicieron la misma pregunta en varias ocasiones, en el Nuevo Testamento (e.g. Jn. 6:28). El joven era uno de los candidatos a la evangelización más fuertes en el Evangelio de Mateo. Él estaba listo. Pero sorprendentemente, se marchó sin haber recibido nunca la vida eterna. La razón es sencilla: No estaba dispuesto a renunciar a todo. Jesús colocó una barrera infranqueable para los hombres. En lugar de hacer que tomara una decisión, Jesús lo detuvo e hizo que le fuera imposible ser salvo. Ahora bien, ¿qué clase de evangelización es esa? ¡Jesús hubiera suspendido el seminario sobre evangelización! Él no supo cómo enrolar al individuo. Perdió a un fuerte candidato. ¡Indudablemente que uno no quiere dejar ir a alguien como él! En nuestros días, existen muchas formas contemporáneas de evangelización no bíblicas. Nuestra actual evangelización masiva, con sus estadísticas, decisiones y pasar al frente, está llevando a todo tipo de personas a pensar ilusoriamente que están salvas cuando no lo están. Por eso es que debemos referirnos a Mateo 19:16-22 por su importante enseñanza. Hagamos una pregunta similar a la del joven: ¿Cómo se alcanza la vida eterna? Creo que ustedes verán por qué este joven nunca la alcanzó.

¿Cómo se alcanza la vida eterna? Hay que saber lo que se quiere. El hombre llegó hasta Jesús con el deseo de alcanzar la vida eterna. Sabía lo que quería, y ahí es por donde cualquiera tiene que empezar.

Uno tiene que saber qué uno busca antes de que lo pueda buscar. Ese hombre quería la vida eterna, porque sabía que no la tenía. Mateo nos dice que el hombre era joven (v. 20) y rico (v. 22). Lucas nos dice en Lucas 18:18 que era un hombre principal (gr. arche). Yo creo que era probablemente un jefe de una sinagoga (cf. Mt. 9:18; Lc. 8:41), lo cual era extraordinariamente raro en un joven. Como líder religioso judío, probablemente debió haber sido devoto, honesto (en términos de su relación con el judaísmo), rico, destacado e influyente. Tenía todo en términos de su cultura y su medio religioso. Era sorprendente que un hombre de su nivel llegara hasta Jesús y admitiera que no tenía la vida eterna.

El hombre no había encontrado la realidad que le diera descanso a su alma. Le faltaba una paz fiable y permanente, el gozo y la esperanza. Vino a Jesús por motivo de una necesidad que sentía. Había intranquilidad y ansiedad en su corazón. Había un sentido de insatisfacción. Y él sabía lo que faltaba: La vida eterna. ¿Pero cómo lo sabía? Los judíos entendían el concepto de vida eterna. Dado que la vida es la capacidad de reaccionar ante el medio, la vida eterna es la capacidad de reaccionar ante el medio divino, para siempre. En otras palabras, respondemos a la vida de Dios. Es por eso que cuando somos salvos, Pablo dice que entramos en los lugares celestiales (Ef. 1:3). Nuestra ciudadanía adquiere un carácter divino infinito. Estamos vivos para Dios. La vida eterna es más una calidad de existencia que una cantidad de existencia. Me hago sensible a Dios; puedo responder a Él.

Antes de ser salvo, yo estaba muerto en el pecado, totalmente indiferente al medio ambiente divino. Cuando me hice cristiano, fui capaz de responder al mundo divino. Los judíos concebían la vida eterna como algo propio de los que viven en los tiempos que vendrán. El joven sabía que no tenía la capacidad de responder completamente al medio ambiente divino. Él no estaba sintiendo el amor, el descanso, la paz, la esperanza y el gozo de Dios, que son las cosas que nos dan seguridad de pertenecer a Dios. Él sabía que no poseía la vida divina. Sabía que no tenía la vida de Dios en su alma. Sabía que no podía caminar con Dios ni estar en íntima comunión con Él. Había ido más lejos que los fariseos, que se conformaban con sus propias meditaciones y con orar para sí mismos. Sabía que se estaba perdiendo una calidad de vida.

Espero que entendamos que la vida eterna no es simplemente una prolongación de la vida, sino estar vivos para Dios. A la idea de que la vida eterna es una prolongación de la vida, se le da una perspectiva diferente en el mito griego acerca de Aurora, la diosa del amanecer. Ella se enamoró de Titón, un joven mortal. Ella no quería que él muriera, por eso fue a ver a Zeus, el jefe de los dioses griegos. Ella le pidió que Titón no muriera nunca y Zeus le concedió su deseo. Pero a Aurora se le olvidó pedir que permaneciera joven para siempre. De manera que Titón vivió eternamente, pero envejeció más y más, hasta que la vida se convirtió en un terrible castigo. Esa no es la vida eterna en el sentido bíblico. La vida eterna es el proceso de comunión infinita con el Dios viviente. El joven rico sabía lo que quería. Cuando predicamos o evangelizamos, nuestros esfuerzos deben estar dirigidos a lograr que las personas entiendan que deben querer la vida eterna.

Entonces, ¿cómo se alcanza la vida eterna? Hay que saber lo que se quiere, en primer lugar. En segundo lugar, hay que tener una necesidad profunda. Hay personas que saben que no tienen vida eterna, pero no sienten que la necesitan. Saben que no están vivos para Dios y no les importa estarlo. Saben que no sienten la dimensión divina, ni tienen seguridad en la vida venidera, pero realmente no están interesados. No están lo bastante desesperados como para querer lo que no tienen. El joven sí lo estaba. Él sabía lo que quería y sentía profundamente la necesidad de ello.

Hay urgencia en la pregunta del joven, observe el versículo 16: «Maestro bueno, ¿qué bien haré para tener la vida eterna?» (v. 16). Después de asegurarse que había cumplido todos los mandamientos que Jesús le dijo que debía cumplir, el hombre dijo: «¿Qué más me falta?» (v. 20). Percibo frustración, insatisfacción y ansiedad en su pregunta. Su vida había sido un gran esfuerzo por ser religioso, pero algo faltaba. Este hombre era un gran candidato. Él sabía que no tenía vida eterna. La deseaba muchísimo porque tenía un vacío en su vida. Sin duda había vivido una vida ejemplar. Había evitado los pecados externos. Era una persona moral y religiosa. Vivía conforme a las normas de su religión. Era un líder ante los ojos del pueblo. Sin embargo, no estaba satisfecho porque sabía que le faltaba la vida eterna.

¿Cómo se alcanza la vida eterna? Observe la siguiente verdad: Hay que buscar diligentemente. Jesús esperó a que el hombre viniera a Él. ¿Cómo podemos saber que el joven era un buscador diligente? Todo lo que el versículo 16 dice es que «vino uno». Pero el pasaje paralelo en Marcos 10:17 dice que «vino uno corriendo». Había urgencia en su forma de acercarse. Había frustración en su corazón. Era un hombre religioso con integridad. Creo que quería la paz y el gozo que da el conocimiento de Dios. Esos elementos no estaban dentro de él.

Hay algo con relación a este hombre que debe señalarse y es que era egocéntrico. Vino hasta Jesús para satisfacer la necesidad de su corazón. El motivo no es malo, sino incompleto. Marcos 10:17 señala que el Señor iba caminando y sin duda, se había reunido una multitud alrededor de Él. El joven corrió para meterse en la multitud. Si en realidad era un hombre principal de la sinagoga, seguramente lo conocían, pero no lo avergonzaba confesar públicamente su falta de vida eterna. Esa habría sido una confesión extraordinaria de una persona de su talla. Marcos agrega que el hombre se arrodilló ante Jesús. Esa era una posición de humildad. Era un hombre de gran integridad, serio, motivado y ansioso. Quería la vida eterna tanto y la buscaba tan diligentemente que no le importaba perder prestigio ante todas las personas que ya pensaban que él era un gigante espiritual. Ahora, ustedes pensarán que esa fue una gran oportunidad para que él fuera salvo. Estaba listo para la salvación. Sería maravilloso hacer que alguien como él fuera salvo. Después de todo, necesitamos cristianos ricos e influyentes. Parecía ser un convertido infalible.

¿Cómo se alcanza la vida eterna? Hay que ir a la fuente correcta. Hay muchas personas que buscan la vida eterna, pero buscan en el lugar equivocado. Satanás tiene religiones falsas por toda la tierra para que la gente busque lo que no deben. No encontrarán vida eterna allí, pero muchos la buscan allí diligentemente. Sin embargo, este hombre fue a la fuente correcta. En 1 Juan 5:11 dice: «Y este es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en Su Hijo». El versículo 20 dice que Jesucristo «es el verdadero Dios, y la vida eterna». Jesús no es simplemente la fuente de la vida eterna; Él es la vida eterna misma. El joven probablemente había oído hablar del poder de Jesús. Sin duda había oído de Su enseñanza porque le dijo: «Maestro» (gr. didaskale). Él reconoce a Jesús como un maestro de la verdad divina.

También Marcos 10:17 y Lucas 18:18 señalan que él llamó a Jesús «bueno». Hay dos palabras en griego que significan bueno. Kalos se refiere a lo que es bueno en la forma o bueno externamente. La palabra usada en Marcos y Lucas es agathos, que quiere decir «bueno por dentro», «bueno moralmente» o «bueno en esencia». Él reconoció a Jesús como una persona moralmente buena. Sabía que Jesús enseñaba la Verdad divina y que quizá conocía el secreto de cómo obtener la vida eterna. Yo no creo que el hombre pensaba que Jesús era Dios. Ni siquiera creo que pensaba de Él en particular como el Mesías porque se refirió a Él como un maestro moralmente bueno. Sí creo que estaba tan impactado con el poder de la enseñanza de Jesús y con el poder de Su vida que pensó que Él conocía el secreto de la vida eterna y de cómo podría obtenerla. Aunque el hombre no sabía quién era Jesús en toda su amplitud, indiscutiblemente fue a la fuente correcta. Hechos 4:12 dice: «Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos».

¿Cómo se alcanza la vida eterna? Hay que hacer la pregunta correcta. Muchas personas han desacreditado al hombre porque preguntó: «¿qué bien haré?» pensando que está haciendo una pregunta enfocada a obras a realizar. Por supuesto que su enfoque era funcional; se había formado en el sistema de tradición fariseo. Había sido educado para pensar que uno hace cosas religiosas para ganar el favor divino. Pero de todas maneras, pienso que su pregunta fue justa. No hay nada en el texto que indique que estaba haciendo énfasis en una obra en particular.

La verdad es que sí hay que hacer algo para ganar la vida eterna: Hay que creer en Cristo. La voluntad tiene que estar implicada. Tiene que haber una respuesta. Él no dijo: «¿Cómo puedo ser más religioso?», «¿Cómo puedo ser más moral?» o «¿Cómo puedo ser más respetado?», sino que dijo: «Quiero la vida eterna. ¿Qué hago para alcanzarla?» No era una pregunta para tratar de tenderle una trampa a Jesús. No estaba tratando de ofrecer sus pretensiones de superioridad moral como solución para alcanzar la vida eterna; simplemente hizo una pregunta sincera. La pregunta del hombre recuerda la que le hicieron a Jesús en Juan 6:28: «¿Qué debemos hacer para poner en práctica las obras de Dios?» Esa sí fue una pregunta orientada a una obra a realizar. Jesús respondió: «Esta es la obra de Dios, que creáis en el que Él ha enviado» (v. 29). Debemos actuar con fe, activando nuestra voluntad de creer en Cristo. El hombre también preguntó: «¿qué bien haré?» (énfasis añadido). Él sabía que tenía que hacer algo auténticamente bueno.

¿Cómo se alcanza la vida eterna? Observe a continuación que hay que confesar su pecaminosidad. La respuesta de Jesús es sorprendente. Un evangelista contemporáneo podría decir: «Simplemente cree. Jesús murió por ti y resucitó. Si tú crees eso, ora y pide a Jesús que entre en tu corazón. Confiesa que Él es tu Salvador y serás salvo». Pero Jesús no hizo eso en absoluto. Él levantó un muro frente al hombre e hizo que se detuviera de pronto. «Él le dijo: ¿Por qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno sino uno: Dios. Mas si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos» (Mt. 19:17). Lo que Jesús estaba diciendo era: «¿Por qué me preguntas qué bien tienes que hacer? ¿Tú crees que yo tengo un secreto que nadie más conoce? Ninguno hay bueno sino uno, Dios y tú sabes lo que Él dijo. Así que si quieres vida, entonces guarda los mandamientos. Tú sabes cuáles son, no necesitas preguntarme». El hombre conocía las cosas buenas que estaban escritas en la ley de Dios; sólo tenía que ir a hacerlas. Sólo Dios es bueno. Es en Su bondad que Él ha revelado Su voluntad.

El hombre conocía la revelación de Dios y la ley de Dios. Jesús no le agregó nada, así que todo lo que el hombre tenía que hacer era cumplir con todo. Faltaba algo en el enfoque del hombre. Él fue a Jesús buscando salvación basado en la necesidad que sentía. Sentía ansiedad y frustración; y quería sentir gozo, amor, paz y esperanza. Sin embargo, esta no es una razón lo bastante buena para ir a Cristo. No es errónea, sólo que está incompleta. Si les ofrecemos a las personas felicidad, gozo y paz, tendremos una gran respuesta. Lo único que tendríamos que hacer es encontrar a todos los que están psicológicamente incompletos. Si podemos ofrecerles a las personas la panacea para sus ansiedades por medio de Jesús, lo aceptarán en seguida. Pero esa no es una comprensión completa de la salvación. Jesús le dijo al hombre que lo único que no había hecho era algo que ya sabía hacer y que era cumplir todo con lo que Dios había revelado en Su Palabra para que se hiciera. Necesitaba guardar «los mandamientos». Uno dice: «Nadie puede hacer eso». Así es. Jesús le dijo que guardara los mandamientos para que se diera cuenta de que no podía hacerlo.

El problema del hombre era su pecado. Ni siquiera se había mencionado. No se daba cuenta de que ofendía a un Dios santo. Su deseo de vida eterna estaba envuelto en sus propias ansiedades y necesidades. No tenía noción de la afrenta que había sido su vida a un Dios infinitamente santo. Esa comprensión es necesaria para entender la verdad de la salvación. El «bien» que Jesús le dijo al hombre que tenía que hacer era cumplir la ley de Dios. No había nada que Jesús pudiera agregar. Dios es bueno y ha revelado Su buena voluntad, que es Su ley y que debe ser cumplida. ¿Podrían ustedes ser salvos si los cumplieran? Sí, pero no los pueden cumplir. El joven tenía que enfrentar el hecho de que había violado la ley de Dios. No se puede llevar a las personas a Jesucristo simplemente sobre la base de sus necesidades y ansiedades psicológicas, o la falta de paz, esperanza, gozo o felicidad. Deben entender que la salvación es para las personas que quieren rechazar las cosas de esta vida y acudir a Dios. Es para aquellos que se dan cuenta de que han vivido en trasgresión y rebelión contra un Dios santo. Tienen que querer cambiar, confesar su pecado y confirmar su compromiso de vivir por Su gloria. Todo lo que el joven sentía era una necesidad personal. Él sentía ansiedad. Y sentía que algo faltaba en su vida. Pero eso no es suficiente.

Nuestro Señor cambió el centro de atención del joven a Dios. Trató de mostrarle al joven que el verdadero problema en su vida era lo que estaba haciendo para ofender a un Dios santo. Cuando Él dijo: «guarda los mandamientos», contrapuso la vida del hombre a la norma divina para que viera que se quedaba corto. Cuando recuerdo el tiempo que pasé hablando con el joven en el avión, me doy cuenta de que creí lo que dijo. Lo llevé hasta Cristo por sus necesidades psicológicas, sin hacerle entender que él necesitaba recibir a Cristo para hacer frente a sus pecados. Cuando ustedes compartan el Evangelio con otras personas, asegúrense de que ellos entiendan toda la naturaleza de su pecaminosidad, que viola la ley sagrada de Dios.

Toda evangelización debe tomar al pecador imperfecto y contraponerlo a la ley perfecta de Dios para que pueda ver su deficiencia. Ése es un elemento esencial. La evangelización que trata sólo de las necesidades, los sentimientos y los problemas de los hombres carece de un verdadero equilibrio. Es por eso que las iglesias están abarrotadas de personas que no son realmente salvas, porque buscaron y obtuvieron reafirmación psicológica y no redención transaccional. ¿Por qué creen ustedes que Pablo se pasó los primeros tres capítulos en Romanos afirmando la pecaminosidad del hombre antes de llegar al tema de la salvación? Porque de lo que se trata es del pecado de los hombres. El joven rico no se daba cuenta de que ofendía a Dios. No había arrepentimiento en él.

Yo creo que el arrepentimiento debe anteceder a la salvación (cf. Mt. 5:4). El hombre necesita manifestar las actitudes que Cristo presenta en las bienaventuranzas. Necesita implorar perdón a Dios. Necesita tener sentido de la humildad. Necesita manifestar un corazón desconsolado que está abrumado por su pecado. Pero el hombre principal no lo tenía. Él quería satisfacer sus necesidades psicológicas y punto. No veo su arrepentimiento por su pecado en lo absoluto en este pasaje. No lo veo entristecido de haber ofendido a Dios. Y no lo veo ni siquiera consciente de su pecado. Uno no debe acercarse a las personas sobre la base de que Cristo satisfará sus necesidades psicológicas. Esto pudiera parecer herejía, pero ¿sabían ustedes que Dios no tiene un plan maravilloso para sus vidas? A menos que consideren el tormento eterno un plan maravilloso. Él tiene un plan terrible para aquellos que no conocen a Cristo. Cuando nos acerquemos a las personas quizá deberíamos decir: «¿Ustedes sabían que Dios los ama y tiene un plan espantoso para sus vidas?» Debemos enfrentar el problema del pecado.

El Antiguo Testamento dice: «Dios está airado contra el impío todos los días» (Sal. 7:11). Un Dios bueno, santo y puro no puede tolerar el mal. Por lo que Jesús afirma lo que siempre debe afirmarse: existe una ley divina que debe guardarse. Si se viola esa ley, se está bajo el juicio de Dios. Cristo colocó una barrera ante el joven al explicar que sus razones para desear la vida eterna eran incompletas. Tenía que verse a sí mismo como alguien que viola la ley de un Dios santo y tenía que estar dispuesto a cambiar. El joven reaccionó a la orden de Jesús diciendo: «¿Cuáles?» Él quería saber qué leyes debía guardar. Por eso el Señor le dio cinco de los últimos de los Diez Mandamientos: «No matarás. No adulterarás. No hurtarás. No dirás falso testimonio. Honra a tu padre y a tu madre» (Mt. 19:18-19). Luego, Él agrega: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo», que es del libro de Levítico (19:18).

Los Diez Mandamientos se dividen en dos partes. Los cuatro primeros tratan de la relación del hombre con Dios, los seis segundos tratan de la relación del hombre con el hombre. Jesús le da al joven el segundo grupo, que son relativamente más fáciles de guardar. En realidad, son todos imposibles de guardar, pero el segundo grupo es menos imposible. Uno sabe que no ha amado a Dios como debe y que no siempre ha sido sincero ante Él, pero al menos uno podría decir: «Yo nunca maté a nadie. Yo nunca le robé a nadie. Yo nunca cometí adulterio con nadie. Yo nunca le mentí a nadie. Y siempre he tratado de honrar a mi padre y a mi madre». De manera que Cristo le da al joven el beneficio de la duda y le da el grupo más fácil de lo imposible. Luego, agrega una mandamiento al final, sólo para hacerlo más difícil: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (v. 19). Jesús compara la vida del hombre con los Diez Mandamientos, incluyendo Levítico 19:18, para que pudiera entender que estaba violando la ley de Dios. La cuestión en la salvación es el pecado contra la ley de Dios, no la necesidad psicológica, ni el deseo religioso.

No se puede predicar la gracia si no se predica la ley, porque nadie puede entender lo que la gracia significa a menos que entienda lo que la ley exige. Nadie puede entender la piedad a menos que entienda la culpa. No se puede predicar un Evangelio de gracia a menos que se haya predicado un mensaje de ley. Y eso fue lo que Jesús hizo con el joven: Lo vinculó con los mandamientos de Dios. Él quería que el hombre admitiera que se había quedado por debajo de la norma divina. Jesús quería que él entendiera que él necesitaba ponerse a bien con un Dios santo y no simplemente hacer que sus necesidades psicológicas fueran satisfechas.

La respuesta del joven es increíble: «Todo esto lo he guardado desde mi juventud» (v. 20). Quizá el joven rico nunca mató a nadie, no cometió adulterio, no robó nada o no mintió. Quizá pensó que honraba a su padre y a su madre. Probablemente hacía esas cosas basado en el concepto externo de una conducta correcta. Pero cuando Jesús lo enfrentó a una orden interna como la de amar a su prójimo como a sí mismo, él solo se estaba engañando a sí mismo cuando dijo que los guardaba todos. Ahora nosotros sabemos que no estaba diciendo la verdad, así que al menos violó la orden de no levantar falso testimonio. Pero la mayoría de los judíos habían exteriorizado la ley de tal manera que no tenían que ver nunca con el corazón. En Mateo 5:21-37 Jesús interiorizó la ley con declaraciones como esta: «Yo sé que ustedes piensan que no matan, pero cuando odian a alguien, cometen asesinato en su corazón. Yo sé que piensan que no cometen adulterio, pero cuando miran a una mujer con lascivia, ya han cometido adulterio en su corazón. Cuando se divorcian de sus esposas fuera de lo establecido en la ley, también cometen adulterio. Y sé que dicen que no mienten, pero mienten en los falsos juramentos que hacen». Jesús enfrentó a las personas a todo lo largo de Mateo 5. Podrían haber parecido buenas por fuera, pero por dentro estaban llenas de maldad.

Los Diez Mandamientos son patrones de conducta externa que indican actitudes correctas. No basta con evitar matar a alguien; tampoco se debe odiar a la persona. No basta con evitar cometer adulterio; no se debe ni siquiera querer hacerlo. El joven no entendía el carácter interno de la ley de Dios; él solo entendió las exigencias externas. Por fuera, él creía que había guardado todos los mandamientos. Lo sorprendente es que el hombre hizo su confesión de justicia ante todos. Debe de haber creído que ellos confirmarían su moralidad. Y ése fue su problema. Él no tenía noción de haber violado la ley de Dios en lo absoluto. Jesús no lo podía aceptar en esos términos: Él tenía que hacerle ver su pecado. Walter Chantry, en su libro Today’s Gospel: Authentic or Synthetic? cita lo siguiente: «Cuando vean que los hombres han sido heridos por la ley, entonces es hora de verter el bálsamo del aceite del Evangelio. Es la afilada aguja de la ley la que le abre el paso al hilo escarlata del Evangelio. Hay que herirlos antes de que se puedan coser» Fin de la cita. ([Carlisle, Pa.: Banner of Truth, 1970] p. 43). El joven no pensaba que tuviera un problema con el pecado. Con esa actitud, no podía ser salvo. No entendía el significado de salvación, que un pecador va a Dios y le pide perdón. Si no se cree que se ha pecado, no se puede ser salvo.

El hombre buscaba diligentemente la vida eterna; de modo que cuando hizo la pregunta correcta, Jesús lo enfrentó a su pecado, pero él no lo confesó. La confesión del pecado y el arrepentimiento son esenciales en la salvación. Eso nos lo ilustra nuestro Señor aquí. El joven no entendía la ley de Dios. Él la había exteriorizado, sin llegar a entender que sólo era una indicación de cómo Dios quería que fuera el corazón. Al final de Mateo 19:20, el joven dijo: «¿Qué más me falta?» En su mente, él había tratado de guardar los mandamientos y estaba convencido de que lo había hecho. Esa es la forma en que funciona la religión autocomplaciente. Se engaña a sí misma. El hombre creía que él era moral. Creía que había guardado la ley. Por eso es que no se podía imaginar lo que todavía necesitaba hacer. No tenía idea de que se había quedado por debajo de la ley de Dios.

Marcos 10:21 dice que «Jesús, mirándole, le amó». El hombre fue sincero y genuino y Jesús lo amó. Él no quiere que nadie perezca (2 P. 3:9). El Señor estaba a punto de morir por los pecados de aquellos que creerían y anhelaba la salvación del alma de este hombre. Sin embargo, así y todo, Jesús no lo aceptaba bajo sus condiciones. El joven rico debía entender su extrema pecaminosidad. Debe haber confesión y arrepentimiento para obtener la vida eterna. Son obra del Espíritu Santo, no una obra humana previa a la salvación. Dependemos del Espíritu de Dios para darnos cuenta de que hemos ofendido a un Dios santo. Jesús no aceptaría al hombre sin que confesara su pecado y entendiera que debía apartarse de él.

¿Cómo obtener la vida eterna? Aquí vemos otra verdad: Hay que someterse al Señor. Jesús dio otro paso más por el hombre. En el versículo 21 de Marcos 10 Jesús le dijo: «Una cosa te falta: anda, vende todo lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme». El hombre planteó que amaba a su prójimo como a sí mismo, así que Jesús le dijo que diera todo lo que tenía a su prójimo como muestra de su amor. Jesús le puso una prueba previa a la salvación. Jesús, en efecto, está diciendo: «¿Vas a hacer lo que Yo quiero que hagas? ¿Quién dirige tu vida, tú o Yo?» De manera que le da una orden. Yo creo que la verdadera salvación incluye el sometimiento a la obediencia al Señor. Ahora, yo no creo que una persona que viene a Cristo tenga una comprensión cabal de todo lo que esa sumisión al señorío de Cristo puede significar. Pero sí creo que el Señor quiere que él desee confesar y someterse. Entonces, Cristo revelará la amplitud de lo que esas cosas significan.

Jesús se enfrentó al pecado de avaricia del hombre. Era un pecado de indulgencia y de materialismo. Al hombre le eran indiferentes las personas pobres y necesitadas. Así que Jesús le puso la prueba definitiva: ¿Obedecerá él al Señor? ¿Hay que entregar todo lo que uno tiene para ser cristiano? No. El Señor no les pidió eso a los demás. Pero, ¿hay que estar dispuesto a hacer cualquier cosa que el Señor pida? Sí. Y lo que Él pide depende de a quién se lo está pidiendo. En este caso, el Señor aisló la problemática principal en la vida del joven. Jesús nos lleva al principio expuesto en Lucas 14:33: «Cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser Mi discípulo». De manera que Jesús le pregunta al hombre: «¿Estás dispuesto a hacer lo que te digo? Te estoy pidiendo que te deshagas de todo lo que posees». Él sabía lo que era más importante para el hombre. Lo más importante para otras personas pudiera ser una muchacha, una profesión o algún pecado que se quieran permitir. Pero para este hombre, era su dinero y sus posesiones. Y el Señor quería que él estuviera dispuesto a renunciar a ellos.

La disposición de renunciar a lo que uno tiene me recuerda la historia de un esclavo y su amo. Un día el amo dijo: «¿Cómo puedo tener lo que tú tienes?» El esclavo dijo: «Póngase su traje blanco y baje aquí al fango y trabaje con nosotros los esclavos». El amo dijo: «Nunca lo haré. ¿Por qué tengo que hacer eso para ser un cristiano?» El esclavo dijo: «Sólo le estoy diciendo que lo tiene que hacer». El amo regresó varias veces, preguntó lo mismo y recibió la misma respuesta. Por último, el amo dijo: «Estoy dispuesto a hacerlo porque quiero lo que tú tienes». Y el esclavo dijo: «Bien, no tiene que hacerlo. Sólo tiene que estar dispuesto a hacerlo». Jesús puso al descubierto el espíritu de la existencia del joven. Él le decía: «A menos que Yo me convierta en la prioridad número uno en tu vida, no habrá salvación para ti».

La salvación exige dos cosas: Reconocer que se ha ofendido a Dios y abandonar las prioridades actuales y seguir los mandatos de Cristo, aun cuando nos cueste lo que nos es más querido. La salvación es el compromiso de abandonar el pecado y seguir a Cristo, a cualquier precio. Si no estamos dispuestos a ser salvos bajo esos términos, Jesús no nos aceptará.

La fe que no salva ofrece a los hombres cierto alivio psicológico de su ansiedad, pero no exige que se aparten del pecado y que reconozcan el señorío de Cristo. En Mateo 13:44-46 hay dos parábolas: La parábola del tesoro escondido y la parábola de la perla de gran precio. Considero que ambas se refieren a la salvación que se ofrece en el Reino. Un hombre vendió todo lo que tenía para comprar el campo para obtener el tesoro; el otro, vendió todo lo que tenía para comprar la perla. Lo que ellos querían costaba todo lo que tenían. Venir a Jesucristo significa que uno lo acepta como el Señor supremo de nuestra vida. Él se convierte en la primera prioridad. No creo que las personas entiendan toda la implicación del señorío de Cristo cuando son inicialmente salvos, pero sí pienso que la salvación incluye un compromiso con Su Señorío. Por eso Romanos 10:9 dice que «si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo» (énfasis añadido).

La salvación tiene un precio: Cuesta todo lo que uno posee. Al hombre se le puso una prueba porque se aferraba a todo lo que poseía. ¿Cuál fue su reacción? Mateo 19:22 dice: «Oyendo el joven esta palabra, se fue triste, porque tenía muchas posesiones». ¿Por qué se fue? Sus posesiones eran más importantes para él que Cristo. No podía recibir la salvación bajo esos términos. ¿Por qué Mateo señala que el hombre se fue triste? Había honestidad en su corazón. Realmente sí quería la vida eterna; sólo que no estaba dispuesto a pagar al precio.

Hay un ejemplo de las Escrituras de un hombre que tuvo la reacción contraria. Lucas 19:1-6 dice: «Habiendo entrado Jesús en Jericó, iba pasando por la ciudad. Y sucedió que un varón llamado Zaqueo, que era jefe de los publicanos, y rico, procuraba ver quién era Jesús; pero no podía a causa de la multitud, pues era pequeño de estatura. Y corriendo delante, subió a un árbol sicómoro para verle; porque había de pasar por allí. Cuando Jesús llegó a aquel lugar, mirando hacia arriba, le vio, y le dijo: Zaqueo, date prisa, desciende, porque hoy es necesario que pose Yo en tu casa. Entonces él descendió aprisa, y le recibió gozoso». ¿Por qué? También era un buscador. Los publicanos usualmente no pierden su dignidad subiendo a los árboles para ver pasar un desfile, pero él lo hizo porque era un verdadero buscador. Los versículos 7 y 8 relatan lo que sucedió como resultado de la visita de Cristo: «Al ver esto, todos murmuraban, diciendo que había entrado a posar con un hombre pecador. Entonces Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: He aquí, Señor, la mitad de mis bienes doy a los pobres; y si en algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadruplicado». Sabía que había estado obrando mal todo el tiempo y que debía rectificar su vida. Se dio cuenta de que tenía que devolver el 400 por ciento de todo lo que había extorsionado a los pobres.

Indudablemente que esto es el opuesto de la actitud del joven rico. Jesús dijo: «Hoy ha venido la salvación a esta casa; por cuanto él también es hijo de Abraham» (v. 9). Zaqueo se convirtió en un judío verdadero. ¿Por qué recibió la salvación? Porque sólo podía pensar en cuán pecador era él. Quería devolver todo lo que había tomado injustamente, más la mitad de todo lo que tenía. Por tanto, Jesús dijo: «Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido» (v. 10).

La historia del joven en Mateo 19 es triste. Él no estaba dispuesto a hacer el compromiso que hizo Zaqueo. El Señor le mostró que era un pecador al compararlo con la ley de Dios, pero él se negó a ver su pecado. El Señor le dio una orden y le pidió que lo siguiera, pero no hizo ninguna de las dos cosas. No podía recibir la salvación, porque no estaba dispuesto a apartarse de su pecado y afirmar el Señorío de Jesucristo en su vida. Repito lo que dice Mateo en 19:22: «se fue triste, porque tenía muchas posesiones». Vino en busca de la vida eterna y se fue sin ella.

 

 

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