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Llegamos a continuación a la Palabra de Dios, a Juan capítulo 1, y a los versículos 38 al 51. De manera superficial, esta es una porción narrativa de las Escrituras. Y, vamos a ver muchas de estas conforme avanzamos en nuestro estudio del evangelio de Juan. Conforme Juan cuenta la historia de Jesús desde su propia perspectiva. Pero, hay algunas cosas que son extraordinarias, en términos de que son elementales en ésta sección, como lo esperaríamos al principio del evangelio de Juan. Permítanme comenzar leyendo y podemos comenzar a leer ahí en el versículo 35.

Juan 1 versículo 35: “El siguiente día otra vez estaba Juan y, y dos de sus discípulos”. Este es Juan el Bautista. “Y mirando a Jesús que andaba por allí, dijo: He aquí el Cordero de Dios. Lo oyeron hablar los dos discípulos, y siguieron a Jesús. Y volviéndose Jesús, y viendo que le seguían, les dijo: “¿Qué buscáis? Ellos le dijeron: Rabí (que traducido es maestro), ¿dónde moras? Les dijo: Venid y ved. Fueron, y vieron donde moraba, y se quedaron con él aquel día; porque era como la hora decima. Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que habían oído a Juan, y habían seguido a Jesús. Este halló primero a su hermano Simón y le dijo: Hemos hallado al Mesías (que traducido es, el Cristo), Y le trajo a Jesús. Y mirándole Jesús dijo: Tú eres Simón, hijo de Jonás; tú serás llamado Cefas (que quiere decir, Pedro)”.

“El siguiente día quiso Jesús ir a Galilea, y halló a Felipe, y le dijo: Sígueme. Y Felipe era de Betsaida, la ciudad de Andrés y Pedro. Felipe halló a Natanael, y le dijo: Hemos hallado a aquel de quien escribió Moisés en la ley, así como los profetas: a Jesús, el hijo de José, de Nazaret. Natanael le dijo; ¿De Nazaret puede salir algo de bueno? Le dijo Felipe: Ven y ve. Cuando Jesús vio a Natanael que se le acercaba, dijo de él: He aquí un verdadero israelita, en quien no hay engaño. Le dijo Natanael: ¿De dónde me conoces? Respondió Jesús y le dijo: Antes que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi. Respondió Natanael y le dijo: Rabí, tú eres el Hijo de Dios; tú eres el Rey de Israel. Respondió Jesús y le dijo: ¿Por qué te dije: Te vi debajo de la higuera, crees? Cosas mayores que estas verás. Y le dijo: De cierto, de cierto os digo: De aquí adelante veréis el cielo abierto, y a los ángeles de Dios que suben y descienden sobre el Hijo del Hombre”.

Este es un relato muy, muy simple de Jesús. Prácticamente congregando, reuniendo a sus primeros seguidores. Pero, tiene mucha importancia para el apóstol Juan, porque Juan tiene un propósito al escribir este evangelio de 21 capítulos. Y, él expresa ese propósito en el capítulo 20, versículo 31, con estas palabras. Juan 20 versículo 31. ¿Para qué escribió Juan su evangelio? Aquí lo vemos en Juan 20 versículo 31: “Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre”. Entonces, como dije antes, su propósito es tanto apologético, esto es probar que Jesús es el Hijo de Dios y el Mesías, el Salvador, el Redentor. Y, tiene también un propósito evangelístico: “Para que creáis eso y para que creyendo tengáis vida eterna en su nombre”.

Entonces, lo que Juan hace en estos 21 capítulos, es acumular evidencia de que Jesús es el Hijo de Dios, el Mesías prometido, y el Salvador. . Y, él acumula toda esa evidencia desde toda fuente posible que puede él encontrar. Ya cuando llegamos al final del evangelio de Juan, él ha agotado todas las fuentes necesarias acerca de la prueba de que Jesús es el Hijo de Dios. Cuando una persona se me acerca y tiene preguntas acerca de la identidad de Jesús, a lo largo de los años les he dicho: “Lee el evangelio de Juan. Lee el evangelio de Juan y llega a tus propias conclusiones. Porque está escrito para que sepáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios. Y para que creyendo eso, tengas vida eterna en su nombre”. Entonces, Juan acumula evidencias acerca de Jesús como el Hijo de Dios encarnado, el que es Dios, el que era Dios, el que era con Dios y fue hecho carne, como lo dice al principio del capítulo.

Ahora, aquí el comienza con el testimonio del hombre más grande que jamás vivió hasta ese entonces, Juan el Bautista, el último y más grande de todos los profetas del Antiguo Testamento. El testimonio del profeta más grande y el último del Antiguo Testamento importa, y Juan era reverenciado por el pueblo de Israel como un profeta. Y, es Juan quien entonces apunta a Jesús y dice: “¡He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!” Y, tenemos el registro de esa declaración aquí en el capítulo 1 del evangelio de Juan, versículo 29. Él lo repite de nuevo en el versículo 36: “¡He aquí el Cordero de Dios!”

Los verdaderos israelitas, los verdaderos judíos, los judíos creyentes sabían que eran pecadores. El ministerio de Juan era un ministerio de arrepentimiento. Su bautismo, fue un bautismo de arrepentimiento. Ahora, recuerden esto, él está confrontando una nación de personas que se creen justas en sí mismas, personas que no creen que necesitan arrepentirse, y no creen que necesitan un Salvador. Ese habría sido la perspectiva dominante. Esa era la perspectiva de la religión establecida. Ellos no estaban esperando un cordero, un sacrificio, un salvador, estaban esperando un rey. Ellos creían que ya habían alcanzado estatus y aceptación con Dios mediante su religiosidad y su moralidad. Pero, el mensaje de Juan era: “Ustedes no son mejor que los gentiles. Ustedes están fuera de una relación con Dios y necesitan arrepentirse, y necesitan ser bautizados como una expresión externa del deseo de una limpieza interna. Como un gentil que se está volviendo en alguien que se asocia con la religión judía”. En otras palabras, ustedes están afuera, necesitan arrepentirse o la ira de Dios va a caer sobre ustedes. Y, Juan predicó ira y predicó arrepentimiento. Y, después apuntó a Cristo y dijo: “Este es el Cordero y el sacrificio por sus pecados”. Los verdaderos judíos entendían eso. Ellos sabían que eran pecadores. Ellos sabían que necesitaban arrepentirse y necesitaban un sacrificio por su pecado. Y, quizás estos hombres, este pequeño grupo de pescadores, inclusive entendió el impacto pleno de Isaías 53. Venía alguien que sería herido por sus trasgresiones, sería molido por sus pecados. Ellos habrían entendido el sistema sacrificial que apuntaba hacia un sacrificio final y completo. Y, cuando Juan dijo: “¡He aquí el Cordero de Dios!” Eso quizás no hubiera sido claro en la mente del pueblo. Pero, fue claro en aquellos que tenían un entendimiento genuino del Antiguo Testamento, y que admitían realmente su propia condición espiritual y pecaminosa.

Entonces, aquí en esta sección, versículos 38 al 51, conocemos a un pequeño grupo de judíos que eran creyentes en el Antiguo Testamento, y que tenían una interpretación verdadera del Antiguo Testamento, que verdaderamente había cambiado sus vidas. Representada por las palabras de nuestro Señor: “He aquí”. Este es un reconocimiento de impacto, es un shock. “He aquí”, cuando dice el Señor: “He aquí un verdadero israelita, en quien no hay engaño”. Esto es un verdadero creyente. Entonces, aquí hay un pequeño grupo de creyentes del que acabamos de leer, Andrés, Pedro, Felipe y Natanael, y Juan es también original con Andrés en esto. También pueden añadir aquí a Jacobo. Podemos incluir a Tomás. Y, tenemos aquí a siete pescadores galileos, siete pescadores galileos que dan testimonio en últimas, aunque Tomás le tomó mucho tiempo, hasta que finalmente dijo: “Señor mío y Dios mío”. Y, comienzan siendo la médula de los discípulos de Jesús, quien entonces se vuelven los apóstoles de Cristo, los primeros grandes predicadores y misioneros del evangelio, que comienzan con lo que aun está siendo terminado, y será hasta que Jesús venga. Es una realidad asombrosa, cómo el Señor escoge a estas personas insignificantes, y no tiene que buscar en todos el país, ni siquiera tiene que tratar de encontrar al mejor hombre en toda ciudad o todo condado. Él puede tomar a cuatro, cinco hombres que se conocen entre sí, que viven en el mismo lugar, que se ganan la vida de la misma manera – pescando – y puede convertirlos en personas que cambien en el mundo. Y, Él puede tomar a cualquier persona y hacer eso, y eso es lo que vemos aquí.

Y ustedes saben, el apóstol Pablo en 1 de Corintios 1 dijo: “Consideren su vocación”. No son muchos nobles, no muchos poderosos, ¿se acuerdan de eso? El Señor ha llamado a las cosas bajas e insignificantes, a los que no son nada, y a los que no son nadie, y a los que son anónimos, y así es como el evangelio es lanzado. Así despega. La semilla que es plantada, es Juan el Bautista. Y, él es primero que da testimonio de Jesús. Y, después el siguiente grupo, es este grupo que es totalmente ajeno a la religión establecida de la época. No hay un rabino, no hay un sacerdote, no hay un saduceo, no hay un fariseo, no hay un escriba, no hay uno que sea parte de la religión oficial que era apóstata. Nadie es seleccionado. Ninguno de este tipo de personas. Si no más bien pescadores humildes, rurales, ellos se convierten en los primeros seguidores de Jesús, los primeros misioneros, los primeros predicadores, los primeros testigos, y dan un testimonio asombroso. En el versículo 41, uno de ellos dice: “Hemos hallado al Mesías”. En el versículo 45, otro dice: “Hemos hallado a aquel de quien escribió Moisés en la ley, así como los profetas: a Jesús, el Hijo de José, de Nazaret”. Y, en el versículo 49 otro dice: “Rabí”, le dice a Jesús. “Rabí, tú eres el Hijo de Dios; tú eres el Rey de Israel”. Y, la razón por la que tenemos esta historia aquí, es para declarar esas afirmaciones. Hemos encontrado al Mesías, que es el cumplimiento del antiguo testamento, quien es el Hijo de Dios, y es el Rey de Israel. Y, este no es su llamado a ser apóstoles, hay que aclarar. Eso no sucede hasta un año y medio después, a la mitad del ministerio de Jesús. Es cuando estos hombres son identificados como parte de los doce apóstoles. Pero, al principio aquí, simplemente son pescadores galileos comunes y corrientes, insignificantes, sin influencia, que se conocen entre sí. Quienes junto con Jacobo y Juan viven en el mismo lugar, y se ganan la vida de la misma manera. Ellos probablemente pudieron haber adorado a Dios juntos en la misma sinagoga. Es sorprendente. Pero, lo que ellos inician, lo que ellos echan a andar, va a seguir, y todavía sigue en la actualidad hasta el fin de la tierra, hasta el fin de la tierra.

La verdad del evangelio se esparce en toda generación desde las primeras personas humildes. Aunque eran desconocidos, a través de los desconocidos, los no influyentes, los que no tienen poder, los débiles y los mansos. Así es como siempre se ha esparcido, de persona a persona, a persona. El reino avanza un alma a la vez, un alma a la vez. Claro que hay predicadores que predican a grupos, pero, la manera primordial en la que el reino se mueve, es de persona a persona, a otra, a otra, y así es como todo comenzó.

Ahora, el desafío para ellos era inmenso, realmente inmenso. No era nada, no era nadie, absolutamente nadie, como se da testimonio del hecho de que estaban declarando que Jesús era el Mesías, quien Él mismo parecía no ser nadie, el hijo de José de Nazaret. Y, todo mundo en Judea menospreciaba a Galilea, y la gente en Galilea menospreciaba a Nazaret. Hablamos aquí y vemos un inicio humilde.

Entonces, como Pablo dice en 1 de Corintios 1, el avance del evangelio, la extensión del evangelio no puede ser atribuido al poder del pueblo, al poder de la gente. Solo puede ser atribuido al poder de Dios. Y entonces, si te vas a jactar, si te vas a gloriar, gloríate, gloríate en el Señor, porque es por Él que estás en Cristo Jesús. El Señor le ha dado la espalda a la religión oficial de la época. La gente pudo haber pensado: “Bueno, si Él es el verdadero Mesías, los rabinos nos van a decir, los escribas nos van a decir, los fariseos nos dirán, los sacerdotes nos dirán”. Pero, todos ellos resistieron a Jesús, lo rechazaron, se rebelaron contra su mensaje, y lo llevaron a su ejecución. No, el mensaje va a venir de un grupo de pescadores galileos en el propósito de Dios, y así continua inclusive en el día de hoy.

Y, aquí en el versículo 38, estamos en el principio del ministerio de Jesús. Hasta aquí Él ha estado en oscuridad viviendo en Galilea. Pero, estos hombres ni siquiera lo conocen, ni siquiera lo conocen. Más adelante uno de ellos dice: “¿Cómo me conociste? ¿Cómo sabes de mí?” Lo cual quiere decir: “Yo no te conozco”. Y, en esa pequeña insignificante área de Galilea, ha vivido treinta años Jesús, y ni siquiera saben quién es. Lo cual habla del hecho de que Él no había hecho nada para llamar la atención a sí mismo. Y, Él ahora comienza a congregar a sus seguidores, y Juan el Bautista prácticamente se desaparece de la escena, y hace una pequeña aparición en el capítulo 3. Pero, ahora la historia se concentra en Cristo y Él toma prácticamente el papel central en el escenario.

Ahora, al concentrarnos en los versículos 38 al 51, vamos dividir esto de la manera natural e la que Juan lo hace, en dos grupos. El primero realmente se concentra en Andrés y Pedro. El segundo se concentra en Felipe y Natanael. Mantengan en mente que Juan es Juan el apóstol, no Juan el Bautista. Y, Juan está aquí incrustado, pero, nunca le gusta referirse a sí mismo. Entonces, vamos a ver el grupo uno.

Todavía estamos en este tiempo en la ubicación del versículo 28, en un lugar que se llamaba Betábara, más allá del Jordán, o al otro lado del Jordán. No en Betania cerca de Jerusalén, si no otra Betania, también llamada Betábara, que se encuentra al otro lado del Jordán en el desierto donde había agua, donde Juan había estado predicando y bautizando. Todavía estamos ahí. Este es el día tres. Recordarán que en el día uno Juan le había hablado al pueblo que estaba ahí. Este es un vistazo de tres días del ministerio de Juan. En el día uno él dijo: “El Mesías está presente y ya vino”. En el día dos les dijo: “Ahí está. He aquí el Cordero de Dios”. Y, en el día tres les dice: “Síganlo”. Hace que sus discípulos – se quita sus discípulos para animarlos a que sigan a Cristo. Él no quiere que los discípulos le sigan. Él no quiere discípulos siguiéndole, no a Juan el Bautista. Él quiere que estén siguiendo a aquel a quien él vino a declarar. Y entonces, en el versículo 37 los dos discípulos lo oyen hablar, y ese sería Andrés y Juan. Y, lo oyen hablar y entonces siguen a Jesús, y así es donde retomamos la historia.

Entonces, este es el día tres, en la cronología de Juan. Y, esa es otra indicación de que Juan está presente, porque él es tan preciso en los días, inclusive hasta el versículo 43, el siguiente día. Y, él también hace la declaración al final del versículo 39, de que era la decima hora. Entonces, él hasta se acuerda del tiempo, lo cual es una buena indicación de que Juan es el que no es nombrado aquí. Entonces, ellos siguen a Jesús, tal como Juan el Bautista les ha instruido que lo hagan, al final del versículo 37.

Y, en el versículo 38 continuamos. Este es el grupo uno. “Y volviéndose Jesús, y viendo que le seguían, les dijo: ¿Qué buscáis? ¿Qué buscáis?” Ahora, mantengan en mente que hay dos de ellos aquí. Más adelante sabemos que uno de ellos es identificado en el versículo 41. Uno de los dos que oyó a Juan hablar y lo siguió era Andrés, el hermano de Simón Pedro. El otro no se nombra. Pero de nuevo, esa es una buena indicación de que es Juan, porque él no se nombra a sí mismo. Comenzando en el capítulo 13 versículo 23, se llama a sí mismo el discípulo que se acostó en Jesús, “a quien Jesús amaba”. Y, después él continua refiriéndose a sí mismo en maneras así como en el capítulo 19, capítulo 20, y capítulo 21. Pero, él en cierta manera se desaparece de la escena. Él es el escritor y su humildad se manifiesta. Y, él en cierta manera se desaparece y cuenta la historia de Andrés y su hermano Simón Pedro, como lo conocen.

Y entonces, en el versículo 38 están siguiendo a Jesús. Jesús se voltea y les pregunta: “¿Qué buscáis? ¿Cuál es su motivación? ¿Qué es lo que quieren de mí? ¿Qué es lo que están buscando?” Ellos conocían a Juan el Bautista, y habían identificado a Jesús como el Mesías. Él había identificado a Jesús de la manera bíblica verdadera, como el Cordero de Dios, en lugar de identificarlo como el Rey que estaba reinando. Él era un Rey y ellos declararon eso al final de este testimonio. Pero, inicialmente Él viene como un cordero, él viene como un sacrificio por el pecado. Ellos han estado oyendo el mensaje de Juan de pecado y arrepentimiento. Y, mucha atención, por favor, son discípulos de Juan. Versículo 35: “El siguiente día otra vez estaba Juan y dos de sus discípulos”. Y, después versículo 37: “Lo oyeron hablar los dos discípulos”. No discípulos de Jesús, si no de Juan el Bautista. Entonces, ellos habían creído de manera plena el mensaje de Juan acerca de juicio, y pecado y arrepentimiento, y que necesitaban salvación, y el Cordero de Dios ha venido.

Ahora, mantengan en mente que Juan ha estado predicando por meses. Él ha estado predicando día tras día, tras día. Él no solo dijo: “He aquí el Cordero de Dios”. Una y otra, y otra vez. Sin duda alguna, él dio una explicación completa de la identidad de Jesucristo como el Cordero, en relación con el sistema sacrificial del Antiguo Testamento. Quizás Isaías 53, para que ellos supieran exactamente lo que significaba que Él venía como Cordero. Estos son hombres que oyeron ese mensaje y creyeron ese mensaje, y habían llegado a arrepentirse y a recibir a Aquel que sería el sacrificio. Pero, tiene muchas preguntas y por eso se les pregunta: “¿Qué buscáis?” Y, dan una respuesta que realmente es muy, muy maravillosa. Ellos le dijeron: “Rabí (que traducido es maestro), ¿dónde moras?” Ellos están diciendo: “Mira, no podemos cubrir todo lo que hay en nuestras mentes aquí”. “¿Qué buscan?” “Necesitamos ir a donde Tú estás. Necesitamos sentarnos contigo. Queremos tener una conversación contigo”. Ellos muestran mucho respeto y mucho honor, y encontrarán esto – esta – este título rabí, que repite varias veces y se le da a Jesús a lo largo del evangelio de Juan. Y, una vez inclusive en el capítulo 3 los discípulos de Juan el Bautista lo llaman rabí. Entonces, era un título de honor que venía de personas que aprendían de alumnos hablándole a su maestro. Aprendices. Y entonces, ahora han hecho la transición de Juan como su maestro, a Jesús como su maestro. Y, ahora le dicen: “Tú eres nuestro nuevo rabí, nuestro nuevo maestro. ¿Dónde te estás quedando?” Y, saben que hay más que tan solo una pequeña respuesta, que es lo que necesitan oír. Ellos quieren tiempo, quieren conversación, quieren platicar, tienen preguntas. Quieren descubrir todo lo que pueden descubrir acerca de Él.

Ahora, recuerden esto, no son hecho discípulos permanentes en este día. Apenas comienzan a examinar a Jesús. Más adelante se van a convertir en seguidores permanentes. Y, más tarde, después de eso, se van a volver apóstoles, y van a ser enviados a predicar el evangelio. La invitación del Señor es inmediata. Este es un retrato hermoso de condescención e invitación. Versículo 39: “Les dijo: Venid y ved. Vengan conmigo y verán”. Este es como Mateo 11, en donde Jesús dice: “Aprended de mí. Aprendan de mí. Vengan”. Él les dice: “Vengan y vean”. Esta es la accesibilidad, la disponibilidad, la condescención de nuestro Señor Jesús.

Entonces, ellos fueron y vieron dónde moraba. Y, no sabemos dónde era. Ahí en el desierto en algún lugar, sin duda alguna un lugar humilde, donde Jesús se estaba quedando, con algunas personas que le habían provisto un cuarto, o una cama. No sabemos. Nada más que eso. “Y se quedaron con Él aquel día, porque era como la hora decima. De acuerdo con la manera judía de contar el tiempo, la cual comienza a las 6 de la mañana, eso sería a las 4 de la tarde, cuando finalmente llegan a donde Jesús está. Entonces, se van a quedar con Él, quedarse durante el día, la noche. Puedo imaginarme que si yo hubiera comenzado una plática con el Hijo de Dios, el sueño habría sido lo último que habría estado en mi mente. Esto debería haberse llevado a lo largo de toda la noche. Se quedaron con Él el resto de ese día, porque ya eran como las 4 de la tarde. Y, esto habría sido en enero. Entonces, los días son bastante cortos y la oscuridad había llegado.

Solo me puedo imaginar cómo habría sido esto. Es algo interesante, es un paralelo interesante con la última reunión que Jesús tuvo con los discípulos en el camino a Emaús, cuando entraron y se sentaron ahí, y le hicieron preguntas, y Él les esencialmente les probó lo mismo que les probó a estos hombres aquí. Que Él era aquel de quien la ley y los profetas hablaban. ¿Se acuerdan ahí en Lucas 24 cuando Él los encuentra en el camino a Emaús, y entran a la casa y se sientan, y toman la ley y los profetas, y los escritos sagrados, y les explica todas las cosas acerca de sí mismo? Entonces, Él les está dando la misma lección al final, que Él les estaba dando al principio. De nuevo, esa es una plática, una conversación que me hubiera encantado tener. Ellos pasaron el resto del día y sin duda alguna, la noche. Y, el versículo 40, simplemente señala que los dos que habían oído a Juan el Bautista hablar y lo siguieron, uno de ellos era Andrés, el hermano de Simón Pedro. Y, Andrés va a llegar a ser conocido como el hermano de Simón Pedro. Porque Simón Pedro es una figura prominente. Y, ya para cuando Juan escribe su evangelio, lo cual habría sido en los 90s, al final del primer siglo, Pedro había sido alguien que era muy bien conocido, y no había mucho acerca de Andrés. Entonces, Andrés había pasado su vida entera siendo el hermano de Simón Pedro. Y, esa sería la manera en la que Él sería presentado.

No obstante, si la prioridad importa, Andrés es el primer discípulo llamado. Él es el primer discípulo llamado, y aquí tienen el relato en este pasaje. Y bueno, Andrés es llamado y esa noche llega la convicción de que Jesús de hecho es el Mesías. Y entonces, él encuentra en primer lugar a su propio hermano Simón, lo cual significó que él debió haber estado por ahí. Lo cual significó que él pudo haber sido un seguidor de Juan el Bautista también, porque recuerden, ellos no están en Galilea en donde viven, ellos están al sur, al otro lado del Río Jordán, al este de Jerusalén. Entonces, él encuentra a Simón y le dice: “Hemos hallado al Mesías”. Mesías es la palabra hebrea Cristo, Cristo es una palabra griega. Significa el Ungido. Pero, este es, este es el punto de Juan aquí. Aquí tienen un relato de un testigo ocular de primera persona, usando evidencia objetiva de que Jesús es el Mesías. Aquí hay un testimonio confiable de primera persona, de primera mano. “Hemos hallado al Mesías”. No hay error, no hay duda, no hay titubeo, hay certeza absoluta. “Hemos hallado al Mesías”. La prueba objetiva de escrutinio, de examinar a Jesús después de haberle hecho preguntas, de hablar con Él el resto del día, a lo largo de la noche, y esta es la proclamación gozosa, gozo más allá del gozo. “Hemos hallado al Mesías”. Y, le trajo a Jesús, le trajo a Simón Pedro. Él lo trajo a Jesús.

Y, así es como el reino avanza, ¿no es cierto? Uno trayendo a otro. Y entonces, aquí viene Andrés arrastrando a Pedro a Jesús. “Y mirándole Jesús, dijo: Tú eres Simón, hijo de Jonás”. Hay muchas maneras de transliterar eso. “Tú eres Simón, hijo de Juan o de Jonás”. Eso debió haber hecho que Pedro se conmoviera un poco. No hay indicación de que a Jesús se le dijo. Sin embargo, Él sabe todo. Él sabe quién es Pedro. Y, más allá de eso, Él sabe en quién se convertirá Pedro. Él le dice: “Tú serás llamado Cefas (que quiere decir Pedro)”. Cefas es la palabra aramea, el cual era el idioma común que hablaban. “Pedro” es la forma griega de la palabra piedra. Y, nuestro Señor está prediciendo aquello en lo que Pedro se convertirá. Él se va a convertir en algo en el futuro. Va a ser un viaje difícil llevarlo hasta ahí, pero, él se convertirá en una roca. Él se convertirá en una roca. Mateo 16, Jesús lo ve y dice: “Tú eres Pedro, tú eres la piedra”. Pero, en una piedra aun más grande, la roca de tu confesión edificará en Mi Iglesia, la confesión de Pedro. “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”. Y, en esa plataforma, esa cama de roca, esa petra, “edificará en Mi Reino”. Pero, tú eres un petros, tú eres una piedra. De hecho, tú eres una de las piedras del cimiento del cual habla Efesios 2:20, de la iglesia. El Señor dice: “No solo te conozco, si no que proféticamente sé en lo que te vas a volver. Tú vas a ser una roca. Tú vas a ser sólido”. Y, desde ese día, el Espíritu de Dios vino sobre él, y por así decirlo, estuvo atravesando ese proceso. Y, en el día de Pentecostés predicó a Jesucristo, y predicó otra vez, y predicó a lo largo de los primeros doce capítulos del libro de Hechos, en los primeros años de la iglesia. Él era la roca que proclamó la verdad sobre la cual la iglesia fue edificada. Entonces, Jesús debió haber sorprendido a Pedro, al saber quién era él, y tener la capacidad de profetizar aquello en lo que Pedro se convertiría.

Y, estoy seguro de que Pedro se sorprendió, fue un momento de shock, y estaba dispuesto a aceptar el testimonio de su hermano Andrés. “Hemos hallado al Mesías”. Los hombres no pueden saber lo que Dios sabe, lo que Jesús sabe. Y, ese es el grupo uno, Andrés y Pedro.

Veamos el grupo dos. Versículos 43 al 51, el segundo grupo. “El siguiente día” – y éste sería el día cuatro. “El siguiente día quiso Jesús ir a Galilea”. Y, cuando Él va a Galilea, lo cual podrías caminar en una buena porción del día. Probablemente menos de 20 millas, menos de 30 kilómetros. Sería – hubiera sido una caminata rigurosa, intensa. Hubiera sido muy fuerte. Pero, si comenzabas al principio del día, habrías llegado a ahí. “Y, Él encontró a Felipe, y le dijo: Sígueme”. Y, es muy probable que Pedro y Andrés estaban con Jesús, y más instrucción, y más interrogación, y más preguntas se llevaron a cabo a lo largo del día, conforme viajaban por el campo de regreso a Galilea. Y entonces, van de regreso a encontrar amigos. Versículo 44: “Y Felipe era de Betsaida, la ciudad de Andrés y Pedro”. Betsaida es un lugar pequeño, casa de pesca. Es una villa de pescadores en la punta noreste del mar de Galilea. Todos eran de la misma villa. Más adelante, claro, sabemos que la casa de Pedro estaba en Capernaum, porque ahí es donde se nos instruye en Marcos capítulo 1 versículos 21 al 29. Entonces, él nació y fue criado con estos dos hombres, Felipe y Natanael, en la pequeña villa de Betsaida, y más tarde se mudó a Capernaum, en donde tenía su casa.

Eso habría sido parecido a Jesús de Nazaret, quien vivió en Nazaret, pero, nació en Belén. Entonces, conocemos a dos hombres que conocen a Pedro y Andrés muy bien, porque eran de la misma villa. Y, era un lugar muy pequeño. Y entonces, Jesús viene a Felipe y le dice: “Sígueme”. Esa es una declaración que Jesús hace una y otra, y otra vez, veinte veces Él le va a decir eso a alguien. Y, también lo dice en las otras ocasiones en Lucas 9, Mateo 8, Mateo 9. Más veces, ¿se acuerdan? “Si alguno quiere venir en pos de mí, tome su cruz, niéguese a sí mismo y sígame”. Ese es el seguir inicial. Pero, su llamado no es una decisión momentánea, si no un compromiso de por vida. Tiempo presente, es una acción continua. “Sígueme. Sígueme”. Claro que hay un momento en el tiempo, en el cual ese es un acto físico. “Sígueme. Sígueme. Ven conmigo”. Y, no sabemos lo que sucedió en la conversación, pero Felipe sigue. Lo que pasó entre el tiempo en el que Felipe siguió y el versículo 45, debió haber sido una experiencia asombrosa. Porque en el versículo 45: “Felipe halló a Natanael, y le dijo: Hemos hallado a aquel de quien escribió Moisés en la ley, así como los profetas: a Jesús, el hijo de José, de Nazaret”. Ni siquiera nos cuenta la conversación, si no la conclusión, ¿no es cierto? Y, la conclusión es suficiente, ¿verdad? Tenemos primero a Andrés, dice: “Hemos hallado al Mesías”. Ahora Felipe dice: “Hemos hallado a aquel de quien escribió Moisés en la ley, así como los profetas”. El Antiguo Testamento entero escribió, lo hemos encontrado.

¿Qué estaba haciendo Jesús en estos tiempos? Él estaba explicándoles cómo Él era el Mesías. Cómo Él era el cumplimiento de todo lo que el Antiguo Testamento decía. Entonces, aquí tienes un segundo testimonio. Tienes el testimonio de Andrés: “Hemos hallado al Mesías”. Basado en un testigo ocular de primera mano, en un tiempo de primera mano, que pasó un testigo ocular con el Señor Jesús. Y, tienes un relato de segunda mano objetivo, del testimonio de Felipe, quien ha pasado tiempo con Jesús, y lo ha comparado con la ley y los profetas, y ha declarado: “Lo hemos hallado. Lo hemos encontrado”. Y, lo que es sorprendente, es que es Jesús de Nazaret, el hijo de José.

Y, de regreso al principio del versículo 45: “Felipe halló a Natanael”. Natanael se vuelve una parte importante de los seguidores del Señor, y termina siendo un apóstol. A él se hace referencia con mayor frecuencia como Bartolomé. Solo Juan lo llama Natanael. Bartolomé sería un tipo de nombre conocido, Bar el hijo de Tolomeo. Entonces, él es Natanael hijo de Tolomeo. Y por cierto, él vivió en otra pequeña villa y llamada Caná. Otra pequeña villa en la parte norte del mar de Galilea. Y, algo muy especial va a pasar ahí en Caná en el capítulo 2, ¿no es cierto? Ahí va a haber una boda y Jesús va a hacer su primer milagro. La primera señal, la primera señal milagrosa se lleva a cabo en la pequeña villa donde Natanael vivía. La identificación de Natanael con Caná es hecha en Juan 21 versículo 2.

Entonces, Felipe le dice a Natanael: “Hemos hallado al Mesías profetizado y Él no es ningún otro que Jesús de Nazaret, el hijo de José”. Y de nuevo, solo quiero colocar en su mente lo que debió haber sucedido en ese momento, en el momento en el que estaban reunidos ese día, y es lo que Jesús hizo por Felipe, que más adelante hizo por aquellos en el camino a Emaús. Él regresó al Antiguo Testamento y les mostró como todo era cumplido en Él. Una realidad maravillosa, maravillosa.

Ahora, él dice: “Jesús, el hijo de José, de Nazaret”. Nazaret era un pueblo menospreciado y José era un absolutamente desconocido. Un desconocido total. Él es el hijo de José, por identidad familiar, aunque Él es el Hijo de Dios por nacimiento, ¿verdad? Nacido virginalmente, Mateo 1. Él es el Hijo del Altísimo, Lucas 1. Él, José como ustedes recordarán, quería divorciarse de su esposa o apedrearla hasta la muerte, porque ella ya estaba embarazada, y él no la había conocido. Pero, el Señor le declaró a través de un visitante angelical, que el Espíritu Santo había colocado al Hijo de Dios en el vientre de ella. Entonces, José solo es el padre en virtud de su identidad familiar. Y, esto es oscuro, este es un hombre que nadie conoce. Este es un hombre común y corriente, un don nadie. Y, esto es mucho que asimilar. “Hemos encontrado al Mesías. Hemos hallado a aquel que fue profetizado por los profetas y la ley del Antiguo Testamento”. Y por cierto, Él viene de Nazaret y eso no parece funcionar. Quizás si hubieran dado la ciudad en la que Él había nacido, Belén, porque por lo menos esa era la ciudad de David. O, quizás Jerusalén habría sido aceptable, porque ese era un lugar en donde todo lo que es religioso, en términos ceremoniales, sucede. Pero, ¿Nazaret? Y, ¿el hijo de un hombre común y corriente, José? No nos sorprende entonces lo que dice Natanael en el versículo 46, cuando dice: “¿De Nazaret puede salir algo de bueno?” En cierta manera, aquí vemos una rivalidad cívica. No sabemos si en el momento en el que Natanael dice esto, tenía mucha perspectiva. Pero, él había heredado un menosprecio hacia Nazaret. Y, él no tenía mucho de qué jactarse, porque él venía de Caná. Y, Caná era una pequeña aldea insignificante, que estaba muy cerca de Nazaret. Pero, me imagino que la gente de Caná no pensaba, no valoraba mucho a Nazaret, y por eso él dice: “¿De Nazaret puede salir algo de bueno?”

Felipe le dijo: “Ven y ve”. Lo mismo que en el versículo 39: “Ven y verás”. Juan nos está dando el testimonio de los testigos oculares. Son testigos objetivos de primera mano, que conocieron a Jesús, que le hicieron todas sus preguntas en base a las promesas del Antiguo Testamento. Y, llegaron a la conclusión de que Él es el Mesías. Él es el Hijo de Dios. Él es el Rey de Israel. Él es el que fue profetizado. Y, Felipe le dice a Natanael: “Tú ven y haz tus preguntas”. Entonces, se dirigen a Jesús, versículo 47. Y, Jesús vio a Natanael que venía a él, porque quería hacerle preguntas a Jesús, de la misma manera en la que Andrés y Juan, y Pedro, y Felipe lo habían hecho antes. Y, aquí se acerca Natanael, y Jesús le dice, versículo 47: “He aquí”. Esto es, esto es asombroso, sorprendente. “Un verdadero israelita”. Un verdadero aletos, un verdadero israelita, un verdadero judío. En Romanos 2, Pablo dice: “Un verdadero judío es el que es un judío en el interior”. Un verdadero creyente en el Dios verdadero. Un hombre salvo en términos del Antiguo Testamento. Un creyente penitente en el Dios verdadero, en quien no hay engaño. No hay hipocresía, no hay duplicidad. No hay nada de farsa. ¡Wow! Esto es raro en una nación de apóstatas. En una nación de hipócritas, en una nación de personas que supuestamente son rectas, que se exaltan a sí mismos, éste es un hombre honesto, con un corazón genuino, un creyente genuino, un verdadero creyente. No hay hipocresía, hay integridad, raro de encontrar en Israel. Me encanta el hecho de que el Hijo de Dios perfecto, el Hijo de Dios sin pecado, el Santo, podría decir de un hombre: “Aquí hay un verdadero israelita en quien no hay engaño”.

¿Acaso eso significa que era perfecto? No. Pero, él habría sido hecho aceptable a Dios mediante su fe. Y, él era genuino. Él era el producto genuino, alethos, genuino, verdadero. Lo que está sucediendo aquí, es que Jesús está leyendo su condición espiritual de manera sobrenatural. Y, la respuesta de Natanael es obvia. “¿De dónde me conoces? ¿Cómo sabes eso de mí?

Respondió Jesús y le dijo: Antes que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi”. Bueno, dirías: “Bueno, quizás Él podía ver la higuera”. No, Él no podía ver la higuera. Antes de que Felipe hubiera ido a tener esa conversación, quizás esa conversación sucedió bajo la higuera. Pero, antes que Felipe llegara a encontrar a Natanael, lo cual el versículo 45 dice que Felipe encontró a Natanael. “Yo te vi debajo de la higuera. Yo no solo te conozco por dentro, si no que te conozco por fuera. No solo sé quién eres, si no sé en dónde estás. Te vi cuando mis ojos no podían verte. Puedo ver tu corazón y puedo ver tu cuerpo”. ¡Wow! Realmente no importa en dónde estaba la higuera. Lo que importa es que Jesús lo vio sin verlo físicamente. Omnisciencia.

Hay una tradición antigua, de la cual Juan Gill escribe, el escritor puritano. Y, dice que hay una tradición siriaca, que comenzó cuando Jesús dijo: “Cuando estabas debajo de la higuera, te vi”. Él estaba refiriendo al hecho de que esta es la tradición siriaca antigua, de que Natanael resultó haber nacido en el momento, o en el tiempo en el que Herodes estaba masacrando a los bebés. Y, para salvar a Natanael de la masacre de Herodes, la madre de Herodes lo escondió abajo de una higuera. Y, Jesús realmente está diciendo: “Te he conocido desde que naciste”. Es algo interesante, pero, no sé si funciona, debido a que Herodes estaba matando a personas en el sur, y él estaba viviendo en Galilea. Es una idea bonita. Creo que el entendimiento más simple de esto es lo siguiente, yo veo en dondequiera que estás, y te vi antes de que Felipe siquiera te encontrara.

Esto es bastante abrumador, bastante abrumador. Cuando Felipe encontró a Natanael, le dio este mensaje: “Hemos hallado aquel de quien escribió Moisés en la ley, así como los profetas”. Y, él debió haberle explicado eso. Y, en el momento en el que se dirigen hacia Jesús, viene aun más explicación. Lo cual es confirmado por la omnisciencia de Cristo, quien conoce quién es, y sabe dónde está. El versículo 49, él está convencido. “Respondió Natanael y le dijo: Rabí, tú eres el Hijo de Dios; tú eres el Rey de Israel”.

El testimonio está creciendo. Andrés, Pedro, Felipe, Natanael, primera persona, relatos de primera mano, de testigos oculares. Podemos incluir ahí a Juan, aunque no se refiere a sí mismo. “Tú eres el Hijo de Dios”. Ese es un hebraísmo, que se refiere a ser de la misma naturaleza. Hijo de Belial es de la misma naturaleza que Satanás. Hijo de Dios, lleva la misma naturaleza que Dios. Ese es un hebraísmo. Juan y Santiago, o Juan y Jacobo fueron llamados hijos del trueno, porque llevaban la misma naturaleza que el trueno. Eran relampagueantes, eran un tipo de personas que tronaban, por así decirlo. Entonces, ese fue un hebraísmo. Y, lo que Él está diciendo es: “Tú tienes la misma naturaleza que Dios”. En Juan 3, en ese, en ese pasaje conocido, maravilloso, del 16 al 18, se repite la idea de que Jesús es el Hijo de Dios, y una y otra, y otra, y otra vez. “De tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito”. Y, después se refiere al Hijo de Dios, el Hijo de Dios. Y, así a lo largo del evangelio de Juan. Y, eso quiere decir que Él lleva la misma naturaleza que Dios. “Él es el Hijo de Dios. Rabí, tú eres el Hijo de Dios; tú eres el Rey de Israel”. Tú eres el Mesías, el Ungido, el que Ha venido a reinar. Ahora el testimonio está completo. Hemos encontrado al Mesías. El que fue prometido en Moisés y los profetas, quien es el Hijo de Dios, quien es el Rey que fue prometido.

Y, Juan entonces ha tomado de este pequeño grupo de hombres que se conocían entre sí y pescaban, ahí en la costa del mar de Galilea, este testimonio colectivo de primera mano, de las personas más comunes y corrientes, las fuentes más inesperadas, para llevar esta verdad. “Y Jesús responde y le dice a Natanael: ¿Por qué te dije: Te vi debajo de la higuera, crees?” Jesús está afirmando que la razón por la que crees, es porque te he demostrado Mi omnisciencia.

Y, eso es bueno. Pero, eso podría ser frágil. Entonces, cosas mayores que estas verás. El hecho de que Yo te conocí por dentro y supe que eras un creyente genuino, un verdadero israelita en quien no hay engaño; el hecho de que te vi cuando eras invisible a mis ojos físicos, eso te llevó a creer. Pero, te voy a enseñar cosas mayores que estas, mucho mayores. Eso no va a ser suficiente.

Entonces, ¿qué es lo que el Señor quiso decir con eso? El resto del tiempo que me sigas, a lo largo del período de tres años, te voy a mostrar milagros sobre milagros, sobre milagros, sobre milagros, sobre milagro. Y, eso entonces lo que quiere decir en el versículo 51. Y, le dijo: “De cierto, de cierto te digo”. Y, esto es muy familiar, veinticinco veces en el evangelio de Juan vamos a leer eso. “De cierto, de cierto te digo”. Y, siempre de los labios de Jesús, para referirse a algo que no solo es verás, si no solemne, y asombroso, y contundente. “De cierto, de cierto os digo: De aquí en adelante veréis el cielo abierto, y a los ángeles de Dios que suben y descienden sobre el Hijo del Hombre”. ¿Qué es eso? Ahora recuerdan, ellos sabían de Moisés, ellos conocían a Moisés, los escritos de Moisés, el Pentateuco. Ellos conocían la ley, ellos conocían los escritos del Antiguo Testamento. Ellos conocían las promesas mesiánicas. Ellos ahora conocen y saben que Jesús cuadra, por así decirlo, con todo eso. Ellos saben que Él es el Hijo de Dios, porque Él ha dado evidencia de su deidad. Ellos tienen el retrato completo, la perspectiva completa. Y, ellos habrían tenido una familiaridad maravillosa con Génesis y el capítulo 28 de Génesis. Y, en el capítulo 28 de Génesis, leemos lo que es uno de los relatos más interesantes en las vidas de los patriarcas, y tuvo que ver con Jacob. Y, ustedes lo recuerdan. Permítanme leer unos cuantos versículos de Génesis 28. Quizás comenzaremos en el versículo 10: “Salió, pues, Jacob de Beerseba, y fue a Harán. Y llegó a un cierto lugar, y durmió allí, porque ya el sol se había puesto; y tomó de las piedras de aquel paraje y puso a su cabecera, y se acostó en aquel lugar”. Una piedra como almohada. “ Y soñó: y he aquí una escalera que estaba apoyada en tierra”. De hecho, habría sido una escalera no en el sentido de una escalera que apoyamos sobre la pared, si no más bien el término hebreo expresa una escalera como la que conocemos, digamos, en una casa. Esta era una escalera: “Y la escalera comenzaba en la tierra, y su extremo tocaba en el cielo; y he aquí ángeles de Dios que subían y descendían por ella”. Y, él vio esta escalera, los ángeles de Dios que subían y bajaban. “Y he aquí, Jehová estaba en lo alto de ella, el cual dijo: Yo soy Jehová, el Dios de Abraham tu padre, y el Dios de Isaac; la tierra en que estás acostado te la daré a ti y a tu descendencia. Será tu descendencia como el polvo de la tierra, y te extenderás al occidente, al oriente, al norte y al sur; y todas las familias de la tierra serán benditas en ti y en tu simiente. He aquí, yo estoy contigo, y te guardaré por dondequiera que fueres, y volveré a traerte a esta tierra; porque no te dejaré hasta que haya hecho lo que te he dicho”.

Qué sueño tan impresionante. Y, ¿de qué trata el sueño? Dios está diciendo: “Te voy a llevar a ti viajero cansado, a ti peregrino cansado, voy a cuidarte, te voy a cumplir mis promesas a ti y a tu pueblo, a tu familia. Voy a cumplir la promesa abrahámica. Voy a desarrollar tu nación. Voy a bendecir a tu nación. Voy a traer salvación a tu nación. Voy a abrir el cielo y asegurarme de que los ángeles suban y bajen para protegerte, y cuidarte a ti y a tu pueblo, hasta que ese pacto sea cumplido. De eso está hablando Génesis 28. Y, Jesús toma eso aquí en el último versículo del capítulo 1 y dice: “Veréis el cielo abierto, y a los ángeles de Dios que suben y descienden sobre el Hijo del Hombre”. Van a ver el poder del cielo desatado en mi ministerio. Eso es lo que está diciendo. Hijo del Hombre, es un título mesiánico de Daniel 7:13 y 14, que Jesús usó alrededor de ochenta veces para referirse a Sí mismo. Este es un sueño vívido, que se le da a Jacob, para asegurarle de que el cielo le estaba poniendo atención, y que Dios iba a asegurarse de que los ángeles cumplieran su función en ser los medios por los cuales Dios guarda o mantiene su protección en su pueblo. Y, Él le dice a Natanael: “Vas a ver en un sentido metafórico, vas a ver el cielo que se abre y los ángeles suben y bajan en Mi ministerio. Yo voy a ser obras sobrenaturales. Sin duda alguna, mediadas en algunas maneras por ángeles”.

¿Cómo vivió Jesús su vida? De acuerdo con la voluntad del Padre, por el Espíritu Santo, mediada por ángeles. Fueron ángeles los que anunciaron a Zacarías que el precursor nacería. Fueron ángeles los que hablaron a María. Fue un ángel el que le habló a José. Fue un coro de ángeles el que anunció el nacimiento de Cristo a los pastores. Fueron ángeles los que vinieron en Mateo 4:11 y le ministraron a Jesús al final de su tentación. Son ángeles los que están en la tumba. Son ángeles los que lo rodean en su ascensión y Él inclusive dijo: “Mira, si yo quisiera le podría llamar a una legión de ángeles”. Este es un principio maravilloso. Jesús nos da un vistazo maravilloso aquí. Él hace lo que hace, por la voluntad del Padre, a través del poder del Espíritu, a través de los ángeles.

Entonces, Él dice: “Natanael, me da gusto que creíste debido a mi omnisciencia. Vas a ver cosas mayores que esas, y vas a ver cosas más grandes que esas. Vas a ver que el cielo se abre y cosas suceden, cosas que son sobrenaturales y divinas”. Y, comienzan en el capítulo 2 y siguen hasta el final del ministerio de Jesús.

Ahora, esa es la introducción. Ahora, les voy a dar el mensaje. Tengo un bosquejo de tres puntos. Aquí tienen un microcosmos de cómo la salvación funciona. Solo voy a dejar que piensen en esto. Podría decir mucho más. Aquí hay un microcosmos de cómo la salvación funciona. Debe haber un alma que busca. Versículo 38: “Jesús se voltea a Andrés y Juan, les dice: ¿Qué buscáis?” Versículo 39: “Fueron y vieron donde moraba y se quedaron”. Eso es más evidencia de que están buscando. Versículo 45: “Felipe: Hemos hallado a Él”. Versículo 47: “Natanael viene a Él”. La salvación requiere un pecador que busca, un alma que busca. “Si me buscáis con todo vuestro corazón, me van a hallar”. ¿No es cierto? “Buscad y hallareis. Tocad y se os abrirá”. Ustedes saben todo eso.

Motivado, motivado por un sentido de pecaminosidad. Motivado por un corazón de arrepentimiento. Motivado por fe en las Escrituras, el alma que busca, viene. Pero, la salvación también demanda un Salvador que busca. Y, eso se ilustra aquí. Es Jesús el que inicia las cosas. Versículo 38: “¿Qué buscáis?” Versículo 39: “Venid y ved”. Versículo 43, Jesús le dice a Felipe: “Sígueme”. Versículo 47, Jesús ve venir a Natanael: Y le dice: He aquí un verdadero israelita, en quien no hay engaño”.

No hay posibilidad alguna para el pecador de estar buscando, a menos de que el Salvador esté buscando. Jesús dijo: “Vosotros no me elegisteis a mí, si no”, ¿qué? “Yo os elegí a vosotros y os he puesto para que vayáis y deis fruto”.

Pero, también hay otro elemento. La salvación demanda un alma que busca, un Salvador que busca, y un santo que busca. ¿Cómo encaja eso? “¿Cómo oirán sin un predicador?” “La fe viene por oír la Palabra”.

Y entonces, tienes aquí a Juan el Bautista diciéndole a sus discípulos, versículo 37: “Sigan a Jesús”. Tienes en el versículo 40 a Andrés. Versículo 41, encontrando a su propio hermano y diciéndole: “Hemos hallado al Mesías”. Y, después en el versículo 42: “Trayendo a Pedro a Jesús”. Y, después tiene usted a Felipe, versículo 45: “Encontrando a Natanael para traer a Natanael a Jesús”.

Y, aquí desde el comienzo, conforme el Espíritu Santo mueve a Juan, para presentar testimonio de la identidad del Señor Jesucristo, vemos los elementos de la salvación. Se necesita, demanda un pecador que busca, un Salvador que busca, y un santo que busca para llevar el mensaje. Hay mucho más, pero, lo veremos cómo se desarrolla conforme avanzamos a lo largo del evangelio de Juan. Oremos.

De nuevo estamos abrumados, Padre nuestro, con el rico tesoro de las Sagradas Escrituras. Estamos boquiabiertos ante ella. Es algo que es tan sobrenatural. Es, es tan obvio que es sobrenatural y divino, y al mismo tiempo tan accesible, tan creíble, tan preciado para nosotros. Gracias por esta revelación de nuevo de la identidad de nuestro Señor Jesús. Nos hemos congregado porque podemos hacer esa confesión. Hemos hallado al Mesías, Aquel de quien el Antiguo Testamento habla. Aquel que es el Hijo de Dios, el Rey de Israel. Hemos hallado al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Todo lo que Él es, el Cordero, el Mesías, el cumplimiento de la profecía del Antiguo Testamento, el Hijo de Dios, el Rey de Israel, el Rey de reyes. Todo se presenta en este testimonio de estos hombres humildes, que no tenían motivación religiosa, fuera de que su propio amor en el corazón por el Dios verdadero y las Escrituras, y un deseo de ser obedientes, creyentes obedientes, penitentes. Y, fue a ellos a quienes les revelaste la verdad. Y, es su testimonio en el que nos deleitamos. Gracias por él. Gracias por hacerlo un testimonio vivo, que tiene el poder de dar vida a nuestros propios corazones, y sacarlos de la muerte a la vida. Hacemos eso, oramos en algunos corazones aun el día de hoy.

Y ahora Padre, nos vamos de este lugar con una nueva responsabilidad, un nuevo nivel de responsabilidad, porque Tú nos has dado esta verdad gloriosa. No como un fin, si no como un medio para proclamarla a otros. Que seamos como Andrés, quien encontró a Pedro, y Felipe quien encontró a Natanael. Que pasemos nuestras vidas encontrando a otros, y declarando la verdad de Cristo a ellos. Úsanos de esa manera y te daremos gracias y alabanza en el nombre de Tu Hijo. Amén.      

Para más información sobre los mensajes y libros del pastor John MacArthur, y de los derechos legales de los mismos, puede acceder a la página en gracia.org.

 

 

 

 

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