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Tome su Biblia y vaya a Lucas 2, por un momento, y en particular versículos 10 y 11. “Pero el ángel les dijo: No temáis; porque he aquí os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo: que os ha nacido hoy en la ciudad de David, un Salvador, que es CRISTO el Señor.” Y después claro, las huestes angelicales aparecen para declarar gloria a Dios en las alturas.

Cuando pensamos en Navidad, siempre terminamos pensando en ángeles. En cierta manera, para la manera de la gente, son actores secundarios en el elenco de Navidad, aparecen en cierta manera en el borde de las tarjetas de Navidad. Son criaturas adorables, pero no parecen tener una función muy importante, por lo menos no en la Navidad sentimental de la mayoría de la gente. Pero ese no es el caso en la historia real. Los ángeles fueron los mensajeros celestiales enviados para declarar que el Salvador y el Señor había llegado, y que Él era el Cristo.

Quiero que vea esa palabra Cristo, en el versículo 11, ese no es el apellido de Jesús. Mateo revela la misma verdad, al final de la genealogía de Jesús, en su evangelio. Mateo dice: “María, por la que Jesús nació, quien es llamado el Mesías.” Su nombre era Jesús, Su naturaleza era Señor, pero Su título es Cristo o Mesíasמָשִׁיח , Mashiach en el hebreo, Christos Χριστὸς en el griego. Vemos esa palabra con mucha frecuencia, pero pasamos por alto su importancia, el significado de ella a menos de que la veamos más de cerca. Tanto la palabra Mesías del Antiguo Testamento, como la palabra Christos del Nuevo Testamento, significan “El Ungido,” el Ungido.

Y se extrae del Antiguo Testamento dónde Dios ungió a ciertas personas para una responsabilidad especial en su reino. El Antiguo Testamento prometió un Salvador, un Redentor, un Libertador, un Siervo del Señor, Mesías, el Ungido. Cuando llega Cristo ha llegado el Ungido. Los judíos habían esperado eso mucho tiempo, Salmo 2:2 prometió que el Señor iba a enviar a Su Ungido. El Salmo 45:7 dice: “Has amado la justicia y aborrecido la maldad, por tanto, te ungió Dios, el Dios tuyo con oleo de alegría más que a tus compañeros.” Una profecía de la venida del Mesías. Daniel 9:25-26 identifican al Redentor venidero, el Salvador, Mesías, como Mesías el Príncipe. Sea que use la palabra Mesías en el Antiguo Testamento, el Ungido, o Christos en el Nuevo Testamento, el Ungido, significa lo mismo.

Entonces, Su nombre es Jesús, Su naturaleza es Señor, y Su título es Cristo, el Ungido.

Ahora, en el Antiguo Testamento había tres personas en particular que fueron ungidas para un servicio elevado, único en el reino. Fueron ungidos con aceite, se vertió aceite sobre sus cabezas como símbolo de que estaban siendo apartadas para Dios. En primer lugar, fueron los profetas. Vemos esto por ejemplo en 1 Reyes capítulo 19, versículo 16, dónde se le dice a Elías que unja a su sucesor el profeta Eliseo. Lo vemos en 1 Crónicas 16:22, dónde leemos: “No toquéis a mis ungidos, ni hagáis mal a mis profetas.” Y eso se repite en el Salmo 105. De modo que los profetas que conocemos fueron ungidos de una manera única, apartados para hablar en nombre de Dios.

El segundo grupo que fue ungido fueron los sacerdotes. En Éxodo 29, tiene a Aarón y a los que estaban en el sacerdocio aarónico instruidos para ser ungidos. En Éxodo capítulo 40, versículo 15, los hijos de Aarón debían ser ungidos nuevamente como sacerdotes para Dios. En Levítico 8 ve lo mismo, con Aarón siendo ungido, esto nuevamente los aparta para servicios especiales. Y el tercer deber en particular que recibió la unción, fue el del rey. Profetas, sacerdotes y reyes. 1 Samuel 10:1, Saúl el primer rey fue ungido. 1 Samuel 16, David fue ungido. 1 Reyes capítulo 1, Salomón fue ungido. Y otra vez, esto simboliza el derramamiento de bendición celestial sobre uno que era llamado a tareas celestiales únicas.   

Y entonces, la promesa de Dios en el Antiguo Testamento, era que vendría un Ungido, un Ungido, el Salvador, el Redentor, el Libertador, pero Él también sería el Profeta supremo, el Sacerdote supremo, y el Rey supremo. En Isaías 42, versículo 1 leemos, “He aquí mi siervo,” Dios está hablando, es decir, Mesías, “Yo le sostendré, mi escogido en quien mi alma tiene contentamiento. He puesto sobre él mi Espíritu.” Dios está identificando ahí a Su Mesías, como Su Siervo, en quien Él se deleita.

En Isaías 61 leemos esto, de manera similar: “El Espíritu de Jehová el Señor está sobre mí, porque me ungió Jehová; me ha enviado a predicar buenas nuevas a los abatidos, a vendar a los quebrantados de corazón, a publicar buenas nuevas, y a los presos apertura de la cárcel; a proclamar el año de la buena voluntad de Jehová, y el día de venganza del Dios nuestro, a consolar a todos los enlutados.” El Ungido está hablando allí en Isaías 61. Y el Mesías sería los tres, según Deuteronomio 18 sería un profeta como Moisés. Según el Salmo 110:1 sería un sacerdote, y eso se repite otra vez en el capítulo 6 de Zacarías. Él sería un sacerdote, un sacerdote único. Según el Salmo 2, y después otra vez en el capítulo 7 de 2 Samuel, Él sería Rey. Él sería el Rey en la línea de David, el Salmo 2 dice que gobernaría las naciones del mundo.

Entonces, cuando ve el anuncio de los ángeles, de que este es Cristo, están diciendo: “Este es el Ungido, el prometido, que es el Profeta supremo, el Sacerdote supremo, y el Rey supremo. Y por supuesto, desde el tercer capítulo del Génesis, dónde Dios pronuncia maldiciones sobre el hombre, la mujer y la serpiente, se nos dice que vendría uno que aplastaría la cabeza de la serpiente. Desde Génesis 3 en adelante, la expectativa se acumula a medida que usted avanza por todo el Antiguo Testamento, esperando la llegada de este profeta, sacerdote y rey supremo, todo glorioso y todo poderoso, el Ungido. Este es el plan y la promesa de Dios. No sucedió. Pasaron los siglos hasta que, como dice Pablo en Gálatas 4:4 vino el cumplimiento del tiempo. “Y cuando vino el cumplimiento del tiempo, nació.” Y eso es lo aterriza ahí en Lucas 2, versículo 11, “Que os ha nacido hoy en la ciudad de David, un Salvador que es el Mesías, el Ungido del Señor.”

Si baja al versículo 25 de Lucas 2, después de que Jesús había nacido, pasaron ocho días, y era hora de que se circuncidara, de que fuera a Jerusalén, presentarlo al Señor, hacer una ofrenda, y el versículo 25 dice: “Había en Jerusalén un hombre llamado Simeón. Y este hombre justo y piadoso, esperaba la consolación de Israel, el Espíritu Santo estaba sobre él. Y le había sido revelado por el Espíritu Santo, que no vería la muerte antes que viese al Ungido del Señor. Y movido por el Espíritu vino al templo. Y cuando los padres del niño Jesús lo trajeron al templo para hacer por él conforme al rito de la ley, entonces Simeón le tomó en sus brazos, y bendijo a Dios, diciendo: Ahora Señor, despides a tu siervo en paz,” refiriéndose a sí mismo, “conforme a tu Palabra, porque han visto mis ojos tu salvación, la cual has preparado en presencia de todos los pueblos, luz para revelación a los gentiles, y gloria de tu pueblo Israel.”

A Simeón, este anciano, le dijo el Espíritu Santo que no moriría hasta que hubiera visto al ungido. Lo vio, y dijo: “Ahora puedo irme a mi recompensa celestial.” Este fue el día más monumental en la historia de Israel desde que las promesas del Antiguo Testamento fueron finalmente concluidas en el último de los 39 libros escritos. Habían esperado incluso más allá de eso durante cientos de años. Pero ahora, en Belén, ha llegado el Mesías, el Ungido, el Profeta, Sacerdote y Rey sobre todos los profetas, todos los sacerdotes, y todos los reyes.

Y conforme entramos en los evangelios, la historia comienza a desarrollarse. Vaya a Juan capítulo 1, versículo 35. “El siguiente día otra vez estaba Juan, y dos de sus discípulos. Y mirando a Jesús que andaba por allí, dijo: He aquí el Cordero de Dios. Le oyeron hablar los dos discípulos, y siguieron a Jesús. Y volviéndose Jesús, y viendo que le seguían, les dijo: ¿Qué buscáis? Ellos le dijeron: Rabí (que traducido es, Maestro), ¿dónde moras? Les dijo: Venid y ved. Fueron y vieron donde moraba, y se quedaron con él aquel día; porque era como la hora décima. Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que había oído a Juan,” Juan el Bautista, “y habían seguido a Jesús. Este halló primero a su hermano Simón, y le dijo: Hemos hallado al Mesías (que traducido es, el Cristo).” Hemos hallado al Mesías. Los discípulos sabían que Él era el Mesías prometido.

Él mismo declaró eso, observe en Lucas capítulo 4. Lucas capítulo 4, “Vino a Nazaret,” abajo en el versículo 16, entró en la sinagoga, se puso de pie para leer, tomó el libro del profeta Isaías que le fue entregado, abrió el libro y encontró el lugar dónde estaba escrito: “El Espíritu del Señor está sobre mí,” Y eso es lo que acabamos de leer en Isaías 61, eso es lo que Jesús encontró y leyó, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres, me ha enviado a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos, a predicar el año agradable del Señor. Y enrollando el libro, lo dio al ministro y se sentó y los ojos de todos en la sinagoga estaban fijos en él. Y comenzó a decirles, hoy se ha cumplido esta escritura delante de vosotros.” El Ungido ha llegado. Así comienza el Nuevo Testamento.

En el cuarto capítulo del evangelio de Juan, leemos la conversación de Jesús con la mujer samaritana. “Le dijo la mujer:” versículo 25, “Sé que ha de venir el Mesías, llamado el Cristo; cuando él venga nos declarará todas las cosas. Jesús le dijo: Yo soy, el que habla contigo.” Los evangelios del Nuevo Testamento están escritos para declarar que el Mesías prometido, Profeta, Sacerdote y Rey, llegó y llegó como Jesús, el que también era Señor.

En Juan 11 versículo 25, Jesús le dice a Marta, “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo el que vive y cree en mí no morirá eternamente. ¿Cree esto? Y ella le dijo: Sí, Señor; yo he creído que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, que has venido al mundo.” Ella está declarando que Él es el Redentor, Salvador, Libertador, Mesías, Profeta, Sacerdote, y Rey prometido.

En el libro de los Hechos, Pedro se pone de pie para predicar ese gran sermón en el día de Pentecostés, capítulo 2, versículo 30, y declara que David era un profeta y sabía que Dios le había jurado con juramento que sentaría a uno de sus hermanos descendientes en su trono, versículo 31 de Hechos 2. “Viéndolo antes habló de la resurrección del Mesías, de Cristo, que su alma no fue dejada en el hades, ni su carne vio corrupción, a este Jesús resucitó Dios de lo cual todos nosotros somos testigos.”

Así que, exaltado por la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís, porque David no subió a los cielos, pero él mismo dice: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies. Sepa pues, ciertísimamente, toda la casa de Israel que a este Jesús a quienes vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo.” El mensaje del Señor mismo fue que Él es el Mesías, y que ha llegado para cumplir las promesas. Esto es afirmado por los apóstoles y los discípulos.

Éste se convierte en el tema de su predicación, en el libro de los Hechos. Si baja al capítulo 3, versículo 18, “Dios ha cumplido así, lo que había antes anunciado por boca de todos sus profetas, que su Cristo había de padecer.” No habían reconocido que el Cristo sufriría, el Mesías sufriría, por lo que los apóstoles tuvieron que predicar que Dios prometió que el Mesías sufriría.

Pase al capítulo octavo, nos encontramos con Felipe, y dice: “Felipe, descendiendo a la ciudad de Samaria, les predicaba a Cristo, el Mesías.” El mensaje de los apóstoles fue que el Mesías, el Prometido, había llegado. Capítulo 9, en seguida, el apóstol Pablo predicaba a Cristo en las sinagogas diciendo que este era el Hijo de Dios, versículo 20, mucho más se esforzaba, versículo 22, y confundía a los judíos que moraban en Damasco, demostrando que Jesús era el Cristo, el Mesías, el Ungido.

Capítulo 10, versículo 34, “Entonces Pedro abriendo la boca dijo: En verdad comprendo que Dios no hace acepción de personas, sino que en toda nación se agrada del que le teme y hace justicia.” Dios envió un mensaje a los hijos de Israel, anunciando el evangelio de la paz por medio de Jesucristo, éste Señor de todos. El mensaje de Pedro, como el mensaje de Pablo, fue siempre la realidad de la llegada del Mesías en la forma de Jesús. Capítulo 17, Pablo en Tesalónica, entró en la sinagoga, versículo 3, capítulo 17, declarando y exponiendo que era necesario que el Cristo, el Mesías padeciese y resucitase de los muertos, y que Jesús, a quien yo os anuncio,” decía él, “es el Cristo.”

Entonces, usted entiende la idea. Desde el anuncio de los ángeles, de que el Cristo ha llegado, al testimonio de Simeón, al testimonio de Jesús, al testimonio de los apóstoles, al testimonio de Pablo, siempre fue que Jesús era el Cristo. Y cómo el Cristo, Él era el Profeta, Sacerdote y Rey supremo. Los tres se juntan en el primer capítulo de Hebreos, así que quiero que vaya ahí, realmente es el texto del día.

Hebreos capítulo 1, comienza describiendo al Señor Jesucristo de estas tres maneras maravillosas y ungidas. “Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otros tiempo a los padres, por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien en sí mismo hizo el universo, el cual siendo el resplandor de su gloria y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la majestad en las alturas.”

Observe la frase, “él fue,” comenzando en el versículo 4, “hecho tanto superior a los ángeles.” Superior a los ángeles que anuncian la llegada de Él. De hecho, Él es el Rey de los ángeles. Pero el capítulo 2 de Hebreos, y el versículo 9 dice que, cuando vino al mundo por un tiempo fue hecho menor que los ángeles, ángeles, para sufrir la muerte y luego ser coronado de gloria. Así que el capítulo 1 de Hebreos nos presenta al Ungido, y Él se nos presenta como, en primer lugar, un Profeta, en segundo lugar como Sacerdote, y en tercer lugar como un Rey. Él es el Profeta, que revela a Dios; Él es el Sacerdote que reconcilia con Dios; y Él es el Rey que reina con Dios.

Veamos en primer lugar, al Profeta que revela a Dios. “Dios,” versículo 1, “habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras, en otro tiempo a los padres, por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo.” Ahora, sabemos que el hombre natural no puede entender las cosas de Dios, 1 Corintios 2:14, son locura para él, está muerto, y ciego, es incapaz de discernir, el dios de este siglo cegó su entendimiento para que no les resplandezca la luz del evangelio, dice Pablo a los corintios. No esperamos que el hombre entienda a Dios, o el evangelio en un sentido natural, no esperamos eso más de lo que esperamos que el bicho que el niño pone en la botella entienda al niño. Dios tenía que hablar. No podríamos conocerlo si Él no hablara. Y habló.

Me encanta como esto dice simplemente, Dios ha hablado, Dios ha hablado. El Dios verdadero, no un ídolo, no un pedazo de madera mudo, roca. No una causa impersonal, no un poder indiferente, sino que Dios ha hablado, lo cual significa que Él es una persona. Y Él ha hablado, esa es la razón por la que la Biblia es llamada la Palabra de Dios. En el Antiguo Testamento se nos recuerda aquí que Él habló, en otro tiempo, refiriéndose en el Nuevo Testamento, a los padres, por los profetas, muchas veces y de muchas maneras. Muchas veces, libros diferentes. Muchas maneras, revelación directa, revelación indirecta, escrito inspirado, visiones, sueños, tipos, símbolos, pero Él siempre habló, y le habló al pueblo mediante los profetas.

El Antiguo Testamento fue Dios hablando y hombres escribiendo lo que Dios dijo. Algo del Antiguo Testamento es historia, algo es poesía, algo es ley, algo es profecía, pero todo el Antiguo Testamento es Dios hablando. Esa es la razón por la que se llama la Palabra de Dios. Estaba en un sentido, incompleto. Las revelaciones que constituyen los 39 libros del Antiguo Testamento, libros separados, son extendidos por más de un milenio, escritos por muchos autores diferentes, y fue progresivo. Estaba incompleto. No error, sino que lo incompleto marca el Antiguo Testamento.

Dios estaba incrementando nuestro entendimiento, conforme la revelación continuó. Ningún profeta recibió la revelación completa de Dios. No sino hasta que vemos en el versículo 2, que Dios nos ha hablado en Su Hijo. Ningún profeta jamás comprendió la verdad completa de Dios. Solo Jesús fue la verdad completa revelada. Él no fue una revelación fragmentada, Él no fue partes y pedazos, Él no fue una revelación incompleta. En Él, Dios no demostró algunas facetas de Sí mismo, o algunas facetas de Su verdad, sino que se reveló completamente a Si mismo. Ya no de maneras diferentes, ni de formas diferentes, pero singularmente mediante Cristo.

Por un momento vea Juan 1. “En el principio era el Verbo y el Verbo era con Dios,” hablando del Hijo de Dios. Entonces, sabemos que el Verbo era Dios, baje al versículo 14, “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros. Y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.” Lleno de verdad. La verdad plena es revelada en Él, versículo 18, “A Dios nadie le vio jamás, el unigénito Hijo que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer.” En Jesús, Dios es revelado completamente.

Y el Nuevo Testamento es escrito acerca de Su revelación completa. Los cuatro evangelios describen la llegada del ministerio de Jesús. El libro de los Hechos describe la predicación apostólica acerca de Jesús. Las epístolas presentan la importancia de Su vida y muerte y resurrección, y las duplicaciones en el mundo. Y el Nuevo Testamento culmina en el libro de Apocalipsis, con Su regreso glorioso. Todo el Nuevo Testamento trata de Jesucristo, quien es la revelación completa de Dios. En Él habita corporalmente toda la plenitud de la deidad, dice el apóstol Pablo. Dios habló en Su Hijo.

Y, por cierto, las palabras de Jesús, dijeron que nunca oyeron oír a un hombre que hablara como ese hombre. Fue claro incluso para Nicodemo, el maestro en Israel, que Jesús era un Maestro enviado por Dios. Él habló por Dios, de hecho, dice que Él solo habló lo que Dios quería que hablara. En Juan capítulo 5, usted ve cuan poderosas son Sus palabras, la expresión más poderosa de Sus palabras, desde la creación. Juan 5:25, “De cierto, de cierto os digo, viene la hora, y ahora es cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios y los que la oyeran vivirán.”

Sus palabras son tan poderosas que no solo crearon el universo entero, no solo mantienen ese universo, sino que son tan poderosas que resucitará a todos los muertos al final, “porque como el Padre tiene vida en sí mismo, así también ha dado al Hijo el tener vida en Sí mismo, y también le dio autoridad de hacer juicio por cuanto es el Hijo del Hombre. No os maravilléis de esto, porque vendrá la hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz, y los que hicieron lo bueno saldrán a resurrección de vida, más los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación.” Él habla y el universo existe. Él habla y los muertos son sacados de sus tumbas, se les da un cuerpo apto para el cielo, un cuerpo apto para el infierno. Así de poderosas son Sus palabras. Él es la revelación completa de Dios.

Ahora, simplemente observe que el versículo 2 comienza al decir, “en estos postreros días”. Esa es una frase conocida para los judíos, significaba ‘los últimos días,’ los días mesiánicos, la época mesiánica. Él había llegado en el tiempo de Dios para ser el Mesías, y Él es la voz de Dios. Escuche Juan 14:24, “El que no me ama, no guarda mis palabras. Y la palabra que habéis oído no es mía, sino del Padre que me envió.” Él es el Profeta perfecto, Él solo habla las palabras que Dios ordenó que hablara.

En Lucas 13:33, Él dice: “Sin embargo es necesario que hoy y mañana y pasado mañana, siga mi camino, porque no es posible que un profeta muera fuera de Jerusalén.” Entonces, Él se reconoce a Sí mismo como profeta. En Lucas 24:19, “Y ellos le dijeron: De Judas Nazareno, que fue varón profeta, poderoso en obra y en palabra delante de Dios y de todo el pueblo. Él fue un profeta porque Él solo habló lo que Dios quería que hablara, Él se presentó como profeta, y aquellos que lo siguieron declararon que Él de hecho era un profeta. Nunca había visto un profeta como Él, sus palabras estaban llenas de gracia y de verdad, y eran suficientemente poderosas como para resucitar a los muertos.

En el versículo 17, de Hechos capítulo 3, leemos a los apóstoles decir, “Sé que por ignorancia lo habéis hecho, como también vuestros gobernantes. Pero Dios ha cumplido así lo que antes había anunciado por boca de todos sus profetas, que Su Cristo había de padecer. Así que, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados; para que vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio, y él envíe a Jesucristo,” el Ungido, “que os fue antes anunciado; a quien de cierto es necesario que el cielo reciba hasta los tiempos de la restauración de todas las cosas, de que habló Dios por boca de sus santos profetas que han sido desde tiempo antiguo.”

Él es el Profeta profetizado por los profetas. Él es el que cumple el retrato mesiánico de Dios. Él es la voz de Dios. Usted va al Antiguo Testamento y ve este desarrollo de la revelación, el Mesías, partes y pedazos se desarrollan. Para Abraham, encontramos la nación del Mesías; en Jacob encontramos a la tribu del Mesías; en David y en Isaías, encontramos la familia del Mesías; en Miqueas encontramos la ciudad del Mesías. En Daniel encontramos el tiempo del Mesías, en Malaquías encontramos al precursor del Mesías. De nuevo en Isaías encontramos la muerte y resurrección del Mesías. Pero cada escritor solo conocía en parte y Pedro dice que vieron lo que escribieron para ver quién sería este realmente, pero cuando Cristo llegó Él es la revelación completa, plena de Dios. No en matices cambiantes y colores separados, pero luz, pura, divina.

Entonces, cuando los ángeles dijeron, “Cristo ha nacido,” esto es exactamente a lo que se estaban refiriendo. Y el escritor de Hebreos nos dice, “éste habla por Dios,” “Él habla por Dios.” Él quiere que entiendan que incluso de una manera más profunda y entonces, escuchen lo que el escritor dice. Él va a definir a Cristo en algunos términos magníficos. Él es el Hijo de Dios, versículo 2, Él es el Heredero de todas las cosas, Él es el que hizo el universo, Él es el resplandor de la gloria de Dios, Él es la imagen misma de Su sustancia y sustenta todas las cosas con la palabra de Su poder.

De nuevo, él regresa a esto, lo que está tratando de demostrarnos es que Él es el Profeta definitivo, ningún profeta jamás ha tenido palabras que son tan poderosas como las suyas. Si usted pregunta quien es Jesucristo, aquí está su respuesta, Él es el Hijo eterno de Dios. Pero no solo eso, Él es el heredero de todas las cosas, Él es el heredero de todas las cosas. Él posee el derecho absolutamente de todo. En el libro de Apocalipsis, en el capítulo 5, usted ve esto ilustrado cuando el Cordero de Dios sale del trono en el capítulo 5, y toma el libro sellado, el cual es el título de propiedad del universo. Versículo 6, “Y miré, y vi que en medio del trono y los cuatro seres vivientes, y en medio de los ancianos estaba en pie un cordero como inmolado, que tenía siete cuernos y siete ojos, los cuales son los siete espíritus de Dios,” o espíritu de siete facetas, enviados por toda la tierra.

“Y vino y tomó el libro del que estaba sentado en el trono,” y después todo el cielo se postra para adorarlo conforme Él desenrolla el título de propiedad del universo, y comienza a retomarlo del usurpador. Él es el heredero legítimo de todo lo que Dios posee. Sí, por un tiempo Él fue más bajo que los ángeles, pero Él es mucho mejor que los ángeles, Él es el Rey de los ángeles, Él es el que heredará todo. Él lo hereda, porque Él lo creó. Regrese otra vez al versículo 2, “Por quien así mismo hizo el universo. Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho fue hecho.” Juan 1:3, Colosenses 1:16 dice que Él creó todo, absolutamente todo. Él lo creó todo mediante Su palabra. Habló y existió. Él habla para Dios, y Él habla con tal poder que pudo crear el universo en seis días.

Y como vimos en Juan 5, Él puede resucitar a los muertos, y traerlos a una forma final apta para el cielo y apta para el infierno, por la palabra de Su boca. Cuando dice ahí, simplemente como una nota, “por quien así mismo hizo el universo,” de hecho es el término aionios, no kosmos, que habla del mundo material, sino, hizo las épocas, es el Autor de todo lo que existe en la historia. Él es el autor no solo del mundo material, como también el mundo inmaterial y como todo interactúa. Él es el Creador de las épocas, y todo lo que incluyen.

Cómo tal, también, el versículo 3 dice: “siendo el resplandor de su gloria.” Él es el heredero de todo, Él es el Creador de todo, porque Él es la luz de todo. Cuándo dice: “Él es el resplandor,” es la palabra ‘brillo’, de hecho, Él es el brillo de la gloria de Dios. 2 Corintios 4 dice eso, vemos la gloria de Dios brillando en la faz de Jesús, así como el resplandor del sol llega a la tierra y alumbra y calienta, da vida, y crece, así Cristo es la luz gloriosa de Dios, brillando en los corazones de los hombres. El brillo del sol no es el sol, pero el brillo del sol toma su energía del sol. El brillo del sol es tan viejo como el sol. Nunca el sol estuvo sin su brillo, el brillo no puede ser separado del sol, sin embargo, el brillo del sol no es el sol, y así es con el Hijo de Dios. Él no es el Padre, pero Él es indistinguible del Padre como la luz del sol es indistinguible del sol mismo.

Él dice en Juan 8:12, “Yo soy la luz del mundo, el que me sigue no andará en tinieblas.” Sorprendente ver como el escritor de Hebreos quiere que entendamos que este es el que está plenamente equipado para hablar por Dios, porque Él es el heredero de todas las cosas. Él es el Creador de todas las cosas, Él es el resplandor mismo de la naturaleza esencial de Dios en toda Su gloria. De hecho, Él avanza un paso más y dice, “y la imagen misma de su sustancia.” Precisamente exacto. Es una palabra clásica que significa, simplemente, esencialmente, lo que se ha traducido que signifique. Él es una copia precisa, Él es la duplicación autorizada, exacta, de Dios, en naturaleza, sustancia, y esencia. Él es el eikōn de Dios.

Colosenses 2:9, “En él habita corporalmente toda la plenitud de la deidad.” No solo eso, Él es el gobernante de todo. Él sustenta todas las cosas con la palabra de Su poder. Esto está hablando de Su poder para mantener todo lo que existe. Todo en el universo tiene que ser mantenido junto. Y es mantenido junto por la palabra de Su poder. Observe eso, la palabra de Su poder. Él habla y el universo es creado. Él habla de nuevo, constantemente, continuamente y el universo es mantenido, hasta que su fin determinado ha llegado.

Si Él tiene tanto poder para hablar y hacer que el universo exista, para mantener el universo hasta que llegue el momento para que sea reemplazado por un cielo nuevo y una tierra nueva. Si Él de hecho es el heredero de todo lo que Dios posee, si Él por naturaleza es Dios mismo, si Él es la representación exacta de Dios, entonces podemos decir que no hay otro que podría hablar así por Dios, como éste. Como éste. Él dirige todos los movimientos de las épocas, por la palabra de Su poder, por el poder de Su palabra.

Entonces, aquí el escritor de Hebreos nos está presentando a uno diferente de todos, mediante quien Dios ha hablado de una manera en la que nunca antes habló, no en partes y pedazos, no en fragmentos, no en libros separados, no de una manera incompleta, no de una manera acumulada que quedó corta de la revelación completa, no, éste es la revelación completa de Dios. Él es El Profeta prometido, ungido.

Y, en segundo lugar, Él no solo es el profeta que revela a Dios, sino que es el sacerdote que reconcilia con Dios. Regrese al versículo 3, “Habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados.” Esto nos presenta Su obra sacerdotal. Eso es lo que hacían los sacerdotes. Iban delante de Dios, de la manera prescrita, para ofrecer el sacrificio necesario que Dios requería, para pagar por los pecados del pueblo. Eso es lo que Jesús hizo. Él ofreció el único sacrificio que podía quitar el pecado. No hubo un sacerdote como él, todo sacerdote regresaba diariamente y hacía lo que él hacía por la mañana, y otra vez en la noche, y otra vez al otro día, y al otro día, nunca hubo un fin a esto.

Pero el escritor de Hebreos quiere que entendamos que nunca ha habido un sacerdote como este, capítulo 2, versículo 17, Él se volvió misericordioso y fiel Sumo Sacerdote. En lo que a Dios se refiere para expiar los pecados del pueblo. Propiciación es satisfacción. Él ofreció un sacrificio que satisfizo a Dios. Ningún sacerdote jamás hizo eso. Capítulo 4, versículo 14, “Tenemos un gran Sumo sacerdote, Jesús el Hijo de Dios. No tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda comparecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. Acerquémonos pues a Él.”

Él es un sacerdote como ningún otro sacerdote, capítulo 5, versículo 5, así tampoco Cristo, ahí está el Mesías, se glorificó así mismo haciéndose Sumo Sacerdote, sino el que le dijo Tú eres mi Hijo yo te he engendrado hoy, Salmo 2, como también dice en otro lugar, “Tú eres sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec, los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor, y lágrimas, al que le podría librar de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente. El versículo 9 dice, “Habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todo los que le obedecen.”

No puedo dejar ese tema sin ver el capítulo 9 de Hebreos, cuando Cristo el Mesías apareció como el Sumo Sacerdote de los bienes venideros, por el más amplio y más perfecto tabernáculo no hecho de manos, es decir, no de esta creación. Y no por sangre de machos cabríos, ni de becerros, sino por su propia sangre, entró una vez y para siempre en el lugar santísimo, habiendo tenido eterna redención. La sangre de los toros y los machos cabríos, y las cenizas de las becerras rociadas a los inmundos santifican para la purificación de la carne, de una manera temporal, cuanto más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias de obras muertas, para que sirváis al Dios vivo. Así que por eso es mediador de un Nuevo Pacto, en el que la redención es lograda. Al final del versículo 26, Él se presentó a sí mismo para quitar el pecado por el sacrificio de sí mismo. El no solo es un sacerdote, sino que es el sacerdote que se ofreció a sí mismo, como el sacrificio.

Para los judíos la cruz era una piedra de tropiezo y esa es la razón por la que tenían que predicar los apóstoles, que Cristo el Mesías debía sufrir, pero Él llegó a ser el sacerdote, para ofrecer el sacrificio definitivo, para hacer ese sacrificio. Pero él dice, somos redimidos, pero no con cosas corruptibles, como oro o plata sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un Cordero sin mancha y sin contaminación. Él vino para ofrecerse a Sí mismo, para quitar nuestros pecados. Baje al capítulo 2, versículo 9, “Hecho un poco menor que los ángeles, para que gustase la muerte por todos. Porque convenía que él, por cuya causa son todas las cosas, por quienes todas las cosas subsisten, que habiendo de llevar muchos hijos a la gloria, perfeccionase por aflicciones al autor de la salvación de ellos.”

Él fue el sacerdote perfecto, comprensivo. Él fue el sacrificio perfecto, Él fue hombre, y Él sustituyó por el hombre, Él fue Dios y tuvo el poder de derrotar la muerte. El Profeta perfecto, que habla por Dios, porque es Dios, que tiene poder creador más allá de la comprensión y lo que Él habla lo habla con ese poder. Él es el profeta, la voz de Dios que revela a Dios en nosotros. Él es el sacerdote cuya intercesión nos reconcilia con Dios, pero Él no solo es el sacerdote, Él también es el sacrificio.

Y en tercer lugar en estos pocos versículos de apertura, lo vemos como el rey. Al final del versículo 3, “Habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la majestad de las alturas.” Los sacerdotes nunca se sientan, nunca dejaban de ofrecer sacrificios, era imposible que se sentaran. Sacrificios en la mañana, sacrificios en la tarde, día tras día, tras día, tras día, año tras año, década tras década, siglo tras siglo, el sacerdote nunca se sentaba porque su obra nunca se acababa. Pero Jesús se sentó, porque Él no solo era un sacerdote, Él era un Rey. Él se sentó a la diestra, el lado del poder de la majestad en las alturas. Él tomó Su lugar legítimo, como el libro de Apocalipsis dice, Él se volvió Rey de reyes y Señor de señores, y desde ese momento en el que ascendió al cielo, después de que había logrado Su obra sacerdotal, Él reina como el Rey eterno.

Entonces, el escritor de Hebreos nos vuelve a presentar al Cristo, el Profeta que habla por Dios, revela a Dios, el Sacerdote que nos reconcilia con Dios, y el Rey que reina con Dios. La evidencia de Su realeza soberana es el versículo 4, “Hecho tanto superior a los ángeles, cuanto heredó más excelente nombre que ellos, porque cual de los ángeles les dijo Dios jamás: Mi Hijo eres tú, Yo te he engendrado hoy. Y otra vez: Yo seré a él Padre, y él me será Hijo.” Dios nunca le dijo eso a un ángel. Y otra vez, cuando introduce al Primogénito en el mundo, dice: Adórenle todos los ángeles de Dios.

Ahora eso nos lleva de regreso a dónde comenzamos. Regrese a Lucas capítulo 2, Él llega como el Profeta, Sacerdote, Rey ungido, el escritor de Hebreos dice que Él es mucho mejor que los ángeles, y que los ángeles lo reconocen como su Rey, y eso es exactamente lo que hacen. Cuando el ángel del Señor aparece y dice: Os ha nacido hoy en la ciudad de David, un Salvador que es Cristo el Señor, y repentinamente apareció con el ángel una multitud de las huestes celestiales que alababan a Dios y decían, gloria a Dios en las alturas.” Los ángeles no necesitan un profeta, los ángeles no necesitan un sacerdote, los ángeles tienen un Rey. Él siempre ha sido su Rey. Jesús, Rey de los ángeles, la luz del cielo.

Carlos Wesley entendió eso cuando escribió: “Ángeles cantando están, gloria al recién nacido Rey.” Los ángeles, los ángeles santos siempre lo han adorado, y lo adoran como el Profeta final, Sacerdote y Rey final, el Redentor ungido, prometido, de Dios. Inclinémonos juntos en oración.

Padre nuestro, entendemos todo lo que nuestras mentes torpes pueden comprender, de la maravilla y la gloria del Hijo de Dios. Anhelamos ese día cuando nos reuniremos con los santos y los ángeles en Su presencia y veamos la plenitud de Su gloria, porque Él es la luz del cielo. Pero Señor te agradecemos porque nos has mostrado en la Escritura que ningún otro más que Jesús es Tú Profeta ungido que habla por Ti, porque Él es Uno contigo en naturaleza y voluntad. Él es el sacerdote que Tú requeriste para ofrecer el sacrificio de Sí mismo, como una propiciación suficiente por el pecado. Y Él es el Rey, cuya obra Sumo Sacerdotal fue certificada por la resurrección y al sentarlo a Tu diestra en ese trono, desde el cual Él gobierna como Rey de reyes.

Te agradecemos por ese anuncio en ese día. Te agradecemos por la realidad de que Cristo es exactamente quien los ángeles dicen que era, el Jesús, quien es Cristo, el Ungido, el Señor. Ayúdanos a no malentender nada de la gloria que le pertenece a Él, para que podamos unirnos a las huestes celestiales, y decir que Él no solo es el Rey de los ángeles, Él es nuestro Rey. Necesitábamos un profeta. Necesitábamos desesperadamente un sacerdote, y ahora tenemos un Rey que nos ama, y comparte la plenitud de Su herencia eterna con nosotros para siempre. Éste es el que nació en Belén.

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